domingo, 5 de julio de 2020

De Hiatos y Grietas - "Punisher" de Phoebe Bridgers (2020)

¿Cómo puede Phoebe Bridgers tener dos años menos que yo y haber vivido lo que parecen ser tres vidas humanas enteras?

Tengo la hipótesis -bastante temible, de ser cierta- de que todo es lo suficientemente interesante, o venerable, o inclusive maravilloso si nos detenemos y le prestamos la suficiente atención. Si hacemos zoom y nos concentramos en los límites, en las superficies, en las marcas, en las formas. Tengo la hipótesis adicional de que con la música en particular sucede eso: si ponemos en pausa nuestros parámetros y gustos -siempre tan a flor de piel-, si nos detenemos y profundizamos en una letra, un disco o un artista, vamos a encontrar casi siempre algo admirable, algo impactante, algo importante. Algo que nos sacuda, incluso que nos deje en eso que los yanquis llaman "awe" (una reverencia combinada con miedo y respeto). Supongo que la mayoría de nosotros tenemos algo para decir, y que la mayoría de nosotros estamos demasiado ocupados para escuchar lo que los demás tienen para decir, pero también que si nos detenemos y nos enfocamos, encontramos universos (a falta de una palabra mejor) en las cosas.

Esta idea no es 100% mía, claro: le pertenece a la humanidad y en particular a una amiga cercana, que puede o puede no experimentarla de forma intensa a causa de drogas alucinógenas. Pero bueno, se entiende.

Se requiere mucho coraje para mostrar los huesos, tal como hace Bridgers en este disco

El segundo disco de Phoebe Bridgers -la jovencísima, talentosísima, graciosísima, alternativísima cantautora norteamericana- es, en primer lugar, precisamente eso: un universo. Es un pequeño cosmos con límites propios, pero que se vuelven evidentes sólo si nos zambullimos. Como calificativos y modificadores directos, podemos decir que es un universo onírico, es un universo nebuloso, es un universo etéreo. En este, su segundo disco, Phoebe continúa lo que empezó en su disco debut con letras introspectivas, dramas autobiográficos y guitarras espaciadas y ambientales. Pero cambia en al menos dos direcciones: esos dramas ahora tienen esquinas más filosas, y la música (en particular las guitarras y cuerdas) están mayoritariamente detrás de un velo grueso, y nos llegan desde lejos, a veces apenas desafinados, a veces sencillamente distantes. La canción que abre el disco, "DVD Menu" (una introducción instrumental y casi literal al disco que loopea una melodía del primer disco de Bridgers) nos sugiere que el álbum es una experiencia, o una unidad, o una entidad discreta, y la canción que sigue, "Garden Song", refuerza ese aspecto etéreo y onírico como telón del disco. Con su voz suave y característica, Phoebe fantasea con vivir en la casa con jardínes del interlocutor, una casa en la que ya vivió "hasta que todo se consumió en llamas excepto las muescas en los marcos de las puertas". El futuro es descrito como un sueño: en él encontrará a su interlocutor (posiblemente un interés amoroso) quien le tocará la pierna pero con quien no llegará a tener sexo porque el sueño termina súbitamente. En el sueño, Phoebe consigue todo lo que quiso, y tiene todo lo que alguna vez deseó.

"Kyoto" rompe con la ensoñación y aplasta con sus guitarras definidas y vientos tan bien orquestrados, y nos narra el día libre de Phoebe en Kyoto, donde visita templos, tiendas de videojuegos, y hace llamadas a través de teléfonos fijos. Pero, otra vez, aparece el recuerdo: el interlocutor (misterioso y siempre presente: las canciones de esta piba son diálogos unidireccionales y confesiones anónimas) que alguna vez llamó para desear un feliz cumpleaños y erró por diez días; el par (¿un familiar? ¿El padre?) que reparó un tractor y les permitió manejarlo a Phoebe y a su hermano menor. "No te perdono / pero no me lo recuerdes todo el tiempo". Si "Kyoto" nos despertó del sueño de "Garden Song", la canción homónima, "Punisher", nos devuelve a un ambiente onírico, donde otra vez hay caminatas, recorridos, casas habitadas en el pasado, y cierta nostalgia por lo desconocido: "¿Qué pasaría si te dijera / que siento que te conozco / aunque nunca nos vimos?". Bridgers confirma el temor de Foster Wallace: se puede extrañar algo o alguien a quien nunca se conoció. Y en "Halloween" -otra canción que nos llega a través de un estado de duermevela- la cantautora nos recuerda cuán bien maneja la ironía y el humor oscuro: otra vez recordando, esta vez nos cuenta que odiaba vivir junto al hospital y que si se despertaba por las sirenas, "más vale que fuera porque alguien se estaba muriendo". El pasado tira, pero no es una fuerza impersonal, sino encarnada: "Harta de las preguntas que continúo haciéndote / que te hacen vivir en el pasado / pero puedo contar con que me dirás la verdad / cuando has estado bebiendo y llevas puesta una máscara". Sucede que es Halloween (esa esquiva tradición que los cristianos olvidan que tiene raíces tanto paganas como doctrinales). Y en Halloween "podemos ser cualquier cosa".

Una de mis canciones favoritas en el disco, "Chinese Satellite" sintetiza bien el choque entre las expectativas y la realidad, entre lo que deseamos (o lo que desearíamos desear, dado que en realidad no lo deseamos) y lo que el mundo nos ofrece. Phoebe ha estado caminando en círculos (en un sentido personal más que literal) "fingiendo ser yo misma". Pero "¿por qué alguien haría eso a propósito / cuando podrían ser algo más?". Repitiendo la letra de una canción que no le pertenece, el lado romántico de la artista la lleva a caminar para ver las estrellas. Pero es 2019: no hay un cielo estrellado, no hay luces. Por lo que Bridgers le pide un deseo a lo que probablemente sea un satélite chino. Mirando al cielo, "quiero creer / pero sólo veo el cielo y no siento nada / Sabes que odio estar sola / Quiero estar equivocada". Bridgers recuerda cuando su interlocutor discutía a gritos contra los evangélicos (¿Quién no?) y los evangélicos le respondían también a gritos: "Me dijiste que nunca sería tu vegetal / porque una vez que te vas, es para siempre / Pero sabes que me pararía en la esquina / Avergonzada y con un cartel / Si eso significase que te vería cuando me muera". Sea que le hable a una persona muerta o de forma figurada a un amor ausente, Phoebe intenta luchar contra su escepticismo, dispuesta a volverse uno de esos dementes religiosos en harapos con carteles sobre el apocalipsis, sólo para terminar viendo su escepticismo reforzado al terminar rezándole a una máquina construida por manos humanas que surca el cielo. "Cuando no puedo dormir / es una cuestión de tiempo hasta que empiezo a oir cosas / Juraría que puedo sentirte a través de las paredes / Pero eso es imposible". ¿Cuán dispuestos estamos a rendirnos y dejar de ser quienes somos, a entregar partes y convicciones propias, cuando la recompensa es un reencuentro? La frase "Todos somos ateos hasta que el avión empieza a caer" es errónea en al menos dos sentidos. Primero, como detalla genialmente Don DeLillo en White Noise, a veces conservamos un miedo purísimo y transparente mientras el avión cae, sin necesidad de rezar. Segundo: no necesitamos ser nosotros quienes vamos en el avión que cae para ver nuestras creencias en jaque. De hecho basta con que la víctima sea un ser querido, y con que la recompensa sea un reencuentro. Como jóven de 28 años, le pregunto a Phoebe: ¿Todo lo que nos rodea es función directa de lo que queremos a los demás? ¿No hay estructuras que puedan permanecer de pie cuando se empiezan a torcer ciertas clavijas, verdad?

¿Estamos solos?

"Moon Song" combina el motif del amor/sexo no recíproco con la frustración y la satisfacción onírica: el interlocutor no da a la narradora (o a Phoebe) lo que ella quiere, y después de discutir sobre Eric Clapton y John Lennon, ella se va a dormir enojada pero sueña que él (el interlocutor) está cantando en su cumpleaños. "Nunca te vi sonreir tanto / Y el cumpleaños es temático sobre el mar / Y hay algo que se supone que debo decir / Pero juro por mi vida que no puedo / Recordar qué". Los últimos versos de la canción son llamativamente tétricos. Me ahorro comentarios y los insto a que los consulten ustedes. Pero esa sensación de offside se enlaza con sentimientos estrangulados y con malentendidos radicales, el tema central de "I See You", donde Bridgers canta irónicamente "Si eres una obra de arte / entonces estoy parada demasiado cerca / Puedo ver las pinceladas / Odio a tu madre / Odio cuando abre la boca / Es increíble cuánto puedes decir / Sin saber de lo que estás hablando". Madre a un lado, Phoebe admite que siente cosas cuando ve al interlocutor (lo cual es un milagro para alguien como Bridgers que convive constantemente con un sentimiento de anhedonia crónico y que, como muestra en el disco, ensaya diversas maneras de sentir, de creer, de experimentar la vida). Pero el problema no es tanto del cuadro o del artista como de la observadora: "No sé lo que quiero / hasta que la cago".

El disco cierra con "I Know The End", mi otra favorita. Y es que no puede no ser una favorita, hermano, dale, media pila. Después de añorar el hogar lejano y de sentirse melancólica, Phoebe fantasea con "hacer tres clicks y estar en casa" (como Dorothy en El Mago de Oz). Admite que está "romantizando una vida tranquila" y que "no hay lugar como mi cuarto". Pero, como todo en este disco, la meta está lejos de la ubicación actual: aunque se añora el hogar, allí no está la persona que se desea. Esa persona "se tuvo que ir" (¿Muerta? ¿Ausente?), y Phoebe lo entiende, lo que explica que no haya prisa por volver. Es factible que el objeto de la canción sea una pareja o ex-pareja, a quien Phoebe "siempre aleja de sí", pero que "siempre vuelve como la gravedad", y que cuando ella llama, él "viene a casa / con un pájaro entre los dientes". Relaciones problemáticas y ciclos de alejamientos y acercamientos (como el cosmos de "Chinese Satellite"). Phoebe se admite como una persona compleja y difícil, que no va a permitir (como Dorothy) que su ciudad sea engullida por un tornado. Al revés, va a invertir la regla, y perseguir el tornado. En el crescendo que lleva hacia el final enloquecido y reverberante del álbum, Phoebe precisamente hace eso: persigue al tornado, en el sentido de avanzar registrando e incorporando los elementos a su paso. Manejando bajo el sol, cubierta de luz, buscando un mito de origen pero sólo logrando romperse los dientes, gritando encima de una canción (Old Country Road, probablemente), Phoebe es asaltada por elementos que son simbólicos (aunque paganos) en la vida de cualquier veinteñaero/a/e en el siglo XXI: mataderos, tiendas de descuentos, fichines, temor de Dios, ventanas bajas, calentadores encendidos, truenos, conspiranoicos y creyentes. Por entre todo esto (que replica en escala pequeña todas las demás viñetas del disco), Phoebe apunta a un sólo objetivo: encontrar un nuevo lugar donde pertenecer, "una casa encantada con una cerca / donde flotar y asustar a mis amigos". Por sobre un frenesí de cuerdas y guitarras ascendentes, Phoebe canta que no tiene miedo de desaparecer, y que la marquesina señala que "El fin se acerca". Ella se da vuelta, y no ve nada detrás (¿Dónde están todas las cosas que acaba de nombrar?). Por lo que admite, "Sí, supongo que llegó el final", y repite la frase como un mantra, a los gritos y acompañada de sus colegas y otros músicos (Conor Oberst, Christian Lee Hutson, Julien Baker) que, hoy día y como muestran varias entrevistas, funcionan como la familia extendida de Phoebe. La canción se apaga y Phoebe queda gritando afónica sobre el vacío, y la melodía que da cierre a la canción conecta con el instrumental que abre el disco, "DVD Menu". Un disco discreto y unitario, a la vez que cíclico.

Creo que el eje del cosmos que nos presenta Bridgers en el disco es bastante inasible, y no creo poder capturarlo en palabras. Quizá esa es la gracia. Pero, si intento con fuerza, puedo decir que ese eje se vincula con el espejismo en el centro de los sueños, de las alucinaciones y, por qué no, de los deseos: el hiato, la distancia, la brecha entre lo deseado y lo obtenido, entre la expectativa y la realidad, entre lo que creímos que era y lo que la realidad nos empuja a la cara. El sueño aparece como un escape ("Moon Song", "Chinese Satellite") o como un destino ("Garden Song"), y la creencia como un puente ("Chinese Satellite") pero lo que motoriza las letras es, creo, ese sentimiento nostálgico, acerca de lo que ya no está, e incluso acerca de lo que jamás estuvo (nuevamente, Foster Wallace ubicó de forma genial esa tristeza en segundo plano propia del siglo XXI, en parte filogenética y en parte individual, que nos hace extrañar aquello cuya existencia nunca experimentamos pero que igualmente deducimos e inferimos). Ese sentimiento de falta o de carencia insoportable mueve, empuja: nos hace hablar y nos hace actuar. Por supuesto está destinado al fracaso: las palabras se olvidan, los actos no encajan. La casa de la infancia ardió hasta los cimientos, los astros se ocultan, los muertos nunca regresan, el amor no siempre es recíproco, a pesar de que llevemos al extremo nuestro "complejo de mesías" ("Savior Complex"). Y sin embargo, a pesar de todo, hablamos, actuamos... cantamos. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Ironía, contingencia, solidaridad: Father John Misty - Off Key in Hamburg (2020)

¿Qué es lo íntimo? ¿Qué es lo propio? ¿Se puede ser cándido si a la vez se es un poco irónico? ¿Es posible comunicar grandes verdades (aunque sean propias) sin un poco de ironía? ¿Se pueden tacklear los grandes temas (de la humanidad, del ser humano, de las relaciones, etc.) sentado en un piano con un público de mil personas y asumiendo un personaje? ¿Qué queda si multiplicamos algo dicho en serio y de forma llana por algo dicho de forma sardónica por algo dicho de forma seria por algo dicho de forma ácida por algo dicho, finalmente, de forma desgarradoramente abierta?

Hace unos seis días, Father John Misty publicó en Bandamp "Off Key in Hamburg", un disco que comprende su presentación en Hamburgo de hace un par de años y en pleno tour de su último album de estudio, "God's Favourite Customer" (2018). Off-Key in Hamburg son 20 canciones, hora y media, con (ojito esto) acompañamiento bellisimo de orquesta y cuerdas, donde el Papa John Murphy repasa parte de su carrera, incluyendo la mayoría de las canciones del disco mencionado mechado con grandes éxitos (?) y viejos clásicos (??) de obras anteriores. Ecléctico hasta en los momentos críticos, el disco captura una presentación realmente íntima (aunque no por eso acústica) de uno de los artistas más extraños y bizarros, y mal que le pese humanos, de los últimos quince años. La publicación del disco coincide con la pandemia del coronavirus, y los diez dólares que cuesta (y que pagué) van para el fondo para musicos en el contexto de la parálisis de la industria en estas semanas.

Tiene un halo pero es el sacerdote más secular que conozco 

El timing parece ser uno de los fuertes del disco y del Papi Jack Morning en general. La herencia sureña gótica de Misty (la personalidad asumida en 2012 por Josh Tillman) juguetea con el apocalipsis y la caida de la civilización occidental desde hace rato. Y lo hace de forma ácida, sardónica, siempre como diciendo "bueno, ¿ven?, esto que se nos viene encima lo creamos nosotros, nos lo merecemos". Publicar un disco en vivo cuyo dinero se dirige a la supervivencia de los músicos indicaría que Tillman quiere seguir viviendo, después de todo.

Pero el timing no se limita a eso, que incluso podría verse como una movida cínica. No, para nada, y al contrario: el disco -las canciones que rescata, pero también el mood, el acompañamiento, lo desnudo de algunas tomas- viene de alguna forma a reforzar cierto espíritu comunitario en la adversidad, cierta apelación al sentido común y a advertirnos, sí, de la mierda que creamos y que se nos vino encima, pero también viene a recordarnos las razones y las formas para seguir adelante. Sea que Misty hable se su propio aislamiento autoimpuesto y caiga en una espiral de autodesprecio y de ironización (Hangout at the Gallows) o de la manía que surge ex nihilo de la cabeza del artista (Mr. Tillman), el mensaje parece seguir siendo "estamos todos metidos en esto, a ver cómo salimos".

Es obvio que este mensaje aparece más claramente en las apelaciones "colectivas" de Misty: las canciones donde de forma abierta y clara habla del capitalismo, del horror de la civilización, de cómo nos molemos a palos y después no sabemos qué hacer. "Things It Would Be Helpful To Know Before the Revolution" es un ejemplo claro: hacemos la revolución para salvar al planeta, sacrificamos parte de la civilización, involucionamos, pero de alguna forma sobrevivimos mejor. Hasta que el planeta empieza a congelarse otra vez por la falta de la acción de los humanos y 'un grupo de visionarios' (probablemente científicos) empieza a crear commodities para que la humanidad no perezca, y así se relanza el ciclo de destrucción. La esperanza está, igualmente: vivimos en "esta roca sin Dios que se rehusa a morir".

Como decía más arriba, el mensaje colectivista y de superar el pánico sin olvidar que la destrucción la provocamos nosotros aparece en las canciones más "políticas" del disco y del artista. Pero, insisto, es mucho más rico rescatar cuando Misty solapa esa cuestión con la perspectiva más individual, o más subjetiva: es decir, cuando tamiza su visión del mundo a través de sus sufrimientos amorosos o de su alienación afectiva (porque, en definitiva, somos animales sociales, y Tillman lo admite, lo niega, lo reprime, lo admite, lo decora, lo critica, lo expone, y le saca el jugo a ese drama). La hermosísima "Holy Shit", que en el album I Love You Honeybear (2015) es una de las perlas y que también se destaca en Off Key in Hamburg, es precisamente eso: el retrato de una forma de recibir el bombardeo de todo (realmente de todo: los medios, los mensajes políticos, el feminismo, el capitalismo, las series, el incesto, la psicología pop), ese bombardeo que mina certezas y nos aliena y normativiza (aún sin admitirlo), y la pregunta más lógica ante toda esa melange de Siglo XXI: "¿Qué tiene que ver eso con vos y conmigo?". La maniobra es brillante, y por eso me demoro en ella: el holocausto, la revolución, el comentario del comentario (el meta-comentario), los roles de género, la sátira, el sexo sin amor, la independencia, la felicidad, los grandes cliches ("nadie llega nunca a conocerte realmente", "la vida es corta", "El amor es una construcción social/una institución/una economía desigual"), y después de todo ese edificio teórico enorme, un ser humano que se pregunta, "Sí, bueno, pero... ¿qué tiene que ver todo eso conmigo, conmigo como individuo?". El acompañamiento de la orquesta subraya lo sublime y lo simultáneamente llano del planteo.

Ola

"Planet cancer / Sweet revenge", canta Misty en Holy Shit, y es que si bien no es un ambientalista declarado o activista, nuestro cantautor está dentro del grupo de personas que se preocupa por cómo el mundo se cae a pedazos, aunque dado que se trata de Misty, se preocupa mientras tiene una media sonrisa en la cara y el ceño fruncido y una mirada acusatoria. Su anteúltimo disco, "Pure Comedy" (2017), que para mi es una obra maestra aunque fue cagada a palos por la crítica por demasiado extensa, viene a ser eso: una crónica predominantemente desapegada y ácida de la tragedia humana, desde el nacimiento hasta la muerte, desde el origen de la civilización hasta su inevitable caída; una tragedia que Misty tiñe de ironía para convertir en una comedia. En la canción homónima de ese disco, una bestia de siete minutos que en esta presentación en vivo es uno de los mejores momentos del albúm, la narrativa es dolorosamente apropiada para esta coyuntura histórica que estamos viviendo: desde el paleolítico (cuando nos repartimos de forma asimétrica los roles de crianza y caza), hasta el surgimiento de la religión (con un Dios que significa el horror de la civilización), hasta las atrocidades cometidas en su nombre (que son atrocidades 100% humanas), hasta los laberintos linguísticos que nos hacemos -¿los filósofos? ¿los científicos?- y refuerzan nuestras certezas vacías, pasando por cómo envenenamos a nuestros propios hijos y después premiamos y patentamos las curas (teléfono para el COVID-19): todo, todo todito apunta a que no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos en el panorama grotesco que colapsa. "¿Qué te parece esta ironía?: / Nuestra idea de libertad / es una jaula de creencias / que no necesitamos abandonar jamás".

¿Qué hacer en un escenario nefasto de pandemia y muertes y aislamiento? En la canción homónima de su segundo album, I Love You Honeybear, Misty combina escapismo con franqueza: "Que se joda el mundo, esa enfermedad clara / Mi amor, sos con quien quiero ver cómo se va todo a la mierda". Y después, "No sé cuánto dura un momento / a menos que nos estemos fumando en el colchón / mientras la bolsa internacional cae". Todo está condenado, nada ni nadie va a ser perdonado, pero Misty igualmente canta que ama a su pareja. Lo mismo se ve en la versión (ahora mejorada) de Chateau Lobby #4 (In C for Two Virgins): comunidad con el otro en odiar las mismas cosas, ver la nobleza de quien amamos en actos zonzos como comer una tostada, corroborar que tenemos varios tipos de virginidades y que las vamos perdiendo muy paulatinamente. La intimidad forzada por la pandemia, vista a través de los lentes de una nueva conciencia de que todo se está yendo a la mierda. Lo que sí, con tan pocas personas en los supermercados, es muy improbable que conozcamos al amor de nuestra vida en estos meses, tal como le pasó a Tillman según canta en la muy dulce y vulnerable I Went to the Store One Day.

La realidad no deja de ser una meta-ironía, y esto lo digo yo, porque los albumes de Misty registran cierta evolución que, aunque es real y para nada ficticia, parece sacada de una novela y tiene paralelismo con lo que nos pasa en la pandemia. En Fear Fun (2012) encontramos un collage de ideas poco coherente y que se caracteriza por la sorna y el desapego: es el nacimiento del personaje de Father John MIsty. Tres años después, hay muy poco de ironía en las canciones sobre amor y vínculos y comunicación de I Love You Honeybear: Misty dejó envolverse por el amor y se propuso, de hecho, hablar de forma lo más sinceramente posible sobre el tema, y le salió (mas o menos). Pure Comedy (2017) es lo contrario: Misty está más ocupado de reirse del cataclismo y apuntar con el dedo que otra cosa. El disco corroe ácido en su mayor parte (aunque hay ejemplos bellos de humanidad y afecto). Y en el interín entre ese disco y God's Favourite Customer del año siguiente, Misty se recluyó varias semanas en un hotel (la crónica se describe en la canción The Palace y en el video de Mr. Tillman), alejándose de su mujer y musa, probablemente por una infidelidad. El disco es una crónica de un aislamiento autoimpuesto pero también impuesto por las circunstancias, en un contexto de comer sólo snacks y torta y agua, donde Misty pasa de estar suicida a estar feliz a estar drogado a estar sencillamente vacío. Y sólo después de cierta purga puede volver a su casa con su pareja. Durante su encarcelamiento, en uno de sus sueños febriles, piensa en su mujer, admite que ella es lo único que tiene, y le dice "Ponete en mis zapatos / Sos demasiado como para perderte / Por favor, no te mueras / Donde sea que estés esta noche". ¿Quién en esta pandemia no le desea el bien a quien está lejos tiene nuestro corazón en su mano?

Al final de "Pure Comedy", después de gritar indignado que todo esto parece un invento de un loco, Misty susurra: "Sólo existe materia azarosa suspendida en el espacio / Lamento decirlo, pero lo único que tenemos es los unos a los otros". Comunidad forzada ante la súbita realización de que es o convivir o morirnos, o colaborar o seguir rompiendo todo (incluso nuestro interior individual).

Off Key in Hamburg termina con Leaving LA: una épica de 12 minutos con un acompañamiento orquestal sutil, donde Misty se pone en modo 150% Misty y narra de forma extremadamente autoconsciente y crítica su éxodo ficticio de Los Angeles (la misma ciudad que Bad Religion prende fuego y que enloquece a las mujeres plásticas que mueren mil muertes antes de ser enterradas según St. Vincent). Pero el éxodo es en realidad una excusa para reflexionar sobre su propia carrera (Still I dreamt of garnering all rave reviews / Just believably a little north of God's own truth / "He's a national treasure now, and here's the proof / In the form of his major label debut" / A little less human with each release / Closing the gap between the mask and me), sobre su público (And I'm merely a minor fascination to / Manic virginal lust and college dudes), sobre la crítica ¡a la misma canción que está cantando en ese mismo momento! (Some 10-verse chorus-less diatribe / Plays as they all jump ship, "I used to like this guy / This new shit really kinda makes me wanna die"), y sobre lo impropio de la comedia trágica de la realidad (That's when I first saw the comedy won't stop for / Even little boys dying in department stores).

Leaving LA, de Off-Key in Hamburg (2018/2020)


Ya hay que ir cerrando el posteo porque veo que se están aburriendo. Así que volvamos al punto. 

En una entrevista ya clásica de Charlie Rose a David Foster Wallace (autor leído por Misty y cuyo libro La Broma Infinita es el 99% de la inspiración de Total Entertainment Forever, canción también que está en Off-Key), el escritor norteamericano decía algo que, en mi opinión, es un peñasco de la realidad, un trozo indiscutible del telar de todas las cosas, que a su vez la obra de Father John Misty permite alumbrar y reconocer. Discutiendo sobre posmodernismo, arte y literatura, Wallace decía que el movimiento ya se había agotado, y que se había vuelto una influencia negativa porque las novedades del posmodernismo, en particular la ironía y el cinismo, que eran medios para un fin, ahora se habían vuelto engranajes autónomos y autodinámicos del sistema. En otras palabras, algo con una función totalmente negativa como lo es la ironía, que antes tenía un objetivo claro (revisar las certezas de la modernidad, etc.), ahora se había autonomizado como un fin absoluto, un toro en una cristalería. Las consecuencias: una corrosión del alma, de lo humano, de lo llano y liso y directo y cándido y sincero. Esta idea está volcada en varias piezas de no ficción y principalmente en La Broma Infinita, de Wallace, pero el punto es el mismo: la ironía se volvió un escudo para enturbiar lo honesto y lo claro (las razones son varias: porque está socialmente valorado, porque es temible ser transparente, etc.). Lo inocente, lo cándido, hoy es cringe (esta palabra nefasta que viene a ser el último clavo en el ataúd de lo que intenta no ser hipster o edgy). 

Wallace hablaba en 1998. Hoy, 22 años después, podemos decir que tenía razón y que lo que él describía siguió su curso lógico. Creo que Father John Misty es un estudio de caso muy interesante en este dilema (el de la honestidad vs. la ironía, la apertura vs. el cinismo), en particular porque es usualmente encasillado como un hipster roñoso e intelectual en las antípodas de la 'nueva sinceridad' por la que abogaba Wallace. Me parece, sin embargo, que eso es un juicio apresurado, quizá incluso obra de los propios hipsters que quieren alejarse de él porque ya se ha vuelto masivo y no les permite cobrar su bono de 'exclusividad' (serán pelotudos muchachos, ¿eh?). Prestando atención al detalle de las composiciones de Misty, encontramos que intenta ser de una forma bastante deliberada un punto medio entre ambos extremos. O, más bien, intenta ser un tránsito desde la acidez poco comprometida y con sorna propia de nuestra época, hasta un nuevo tipo de honestidad y sencillez (que tampoco es la inocencia poco funcional de las criaturas de 5 años, y que incorpora lo cómico del drama humano pero eventualmente se compromete a reconocerlo y a no caricaturizarlo). Esta breve entrevista donde Misty precisamente describe el origen y significado de Leaving LA, es clara muestra de lo complejo pero rico del esfuerzo por superar esa bipolaridad feble. La lírica, la composición y las temáticas de estas canciones, integradas a una presentación en vivo pública pero a la vez privada y con momentos realmente sublimes, permiten ubicar a Misty como uno de los artístas mas sensibles de estos últimos años, y permiten ubicar al propio Off Key in Hamburg como un punto de llegada (o una estación más, quizá) en el tránsito del artista desde un personaje unidimensional irreverente y consciente de sí mismo a un ser humano que intenta lidiar con la complejidad y multidimensionalidad de un mundo como el nuestro: un mundo con guerras, con desigualdad económica violenta, ahora con pandemias, y a su vez en otro nivel, un mundo con soledades, con desarraigos, y con desconexiones. 

Misty decía hace unos años en una entrevista: "la primera vez que comí hongos me di cuenta que simplemente debía ser yo mismo. A veces eso significa ser superficial. A veces eso significa ser obscenamente vulnerable. A veces significa ser gracioso. Y a veces significa ser banal". Volviendo a las preguntas del inicio de este posteo, parece que Misty nos da un argumento (quizá más que un argumento, un ejemplo) que respalda ciertas posibles respuestas: se puede ser cándido e irónico, mientras la ironía no tape el mensaje y lo que de nosotros se abre paso hacia afuera; es decir, mientras sea un condimento que funciona, incluso, como palanca para que podamos empatizar con un algo o un alguien complejo, enrevesado, que está esforzándose horrores por hacerse entender. No parece ser posible comunicar grandes verdades sin un poco de ironía, pero debe igualmente hacerse el esfuerzo, so pena de alienarse, y la advertencia siempre está: que la ironía sea un tránsito, y uno breve. 

Escuchar (y oir) a Father John Misty, en particular en esta presentación en vivo, si lo hacemos de forma abierta y dispuesta, es en definitiva mirar los pilares básicos de la humanidad (en particular el amor y los vínculos afectivos) a través del prisma caleidoscópico (¿existe eso?) de la realidad sostenida por esos pilares: el capitalismo, las expectativas, el alcohol, la locura, la ironía, las instituciones, los grandes discursos. Escuchar Off Key in Hamburg es como hacer un zoom in hacia la miseria entremezclada con la gloria -en serio-, y después de empaparse en eso hacer un zoom out que nos deja un poco confundidos, un poco agradecidos y con los pelos de la nuca erizados. ¿Qué queda si multiplicamos algo dicho en serio y de forma llana por algo dicho de forma sardónica por algo dicho de forma seria por algo dicho de forma ácida por algo dicho, finalmente, de forma desgarradoramente abierta? Dos cosas: un mensaje conmovedora y realmente humano, y este album.


domingo, 1 de septiembre de 2019

Cuando el ojo y el oído son uno solo: La música en las series

En un intento de recuperar la vieja gloria de este Blog, y de unificar dos de sus grandes pilares (series y música), inauguramos con este post una nueva categoría o columna, "La música en las series" (le metí negrita e itálica y subrayado sólo porque puedo). Como el pésimo y literal título lo indica, es el espacio donde voy a divagar sobre esos momentos únicos en la televisión serializada donde el uso de canciones y composiciones específicas realzan, subrayan y completan la imagen: esas escenas donde hay sincronía perfecta entre el guión, el ojo y el oído, donde la melodía y la letra viene a empujarnos por la empinada colina de las emociones.

En esta entrada presento cuatro casos de ese maridaje beio entre la musique et la cinema, todos los cuales coseché este último par de años. Aviso: hay spoilers pero igual lean la entrada, no se ortiven.

1. ¿Cómo seguir adelante con la pérdida? Una opción es no seguir adelante: "Youth" de Daughter (If You Leave, 2013) en After Life

Uno tiende a olvidarse del hecho indiscutible de que quienes más nos hacen reir suelen ser quienes más fuerte nos pueden hacer llorar. Ricky Gervais es un fenómeno de la comedia: irreverente, políticamente incorrecto y frontal por sobre todas las cosas, hace poco se prendió en Twitter en una discusión sobre si mujeres en centros de belleza debian depilarle las pelotas peludas a mujeres trans, y cada Tweet es una maravilla del stand up virtual. Más allá de lo que uno piense sobre las pelotas peludas de las mujeres trans, Gervais tiene el don de estimular la risa y la carcajada llevándose puesto los criterios estéticos y los temas más sensibles que existen.

La otra cara de la moneda es que Gervais es un tipo muy centrado, profundo y complejo, y tiene un don para narrar dramas. Es así que After Life, la serie que creó, escribió y dirigió, nos muele a palos a lo largo de tan solo ocho capítulos de media hora cada uno. Al cabo de las cuatro horas que dura todo el trámite, estamos queriendo cabecear la bala. Y es que la serie tiene una premisa sencilla y eficaz: Gervais hace de un tipo que perdió recientemente a su mujer enferma de cáncer, y lo único que le impide suicidarse es su perro (en un sentido literal: en uno de los capítulos Gervais está a punto de filetearse los brazos en una bañera cuando su mascota aparece en el baño y lo fuerza a salir). El personaje de Gervais está desganado y deprimido, pero no es la depresión que te deja estaquiado en la cama, sino la que te acompaña todo el día y hace que seas violento, agresivo, descortés y desinteresado con el resto de la creación. Varios capítulos abren con él viendo el video de despedida de su mujer visiblemente enferma, cuya muerte (parafraseando uno de los monólogos de Gervais en uno de los episodios) lo dejó desprovisto de todo interés vital y de posibilidad de conexión. Sin el amor de su vida junto a él, todo se subvierte y Gervais pierde interés en mantener el mínimo contrato social y el mínimo decoro (con sus colegas, amistades e incluso con desconocidos).


Uno de los capítulos de la serie abre con "Youth" de Daughter, esa crónica impresionante sobre el vacío que deja un amor frustrado cuando se va de nuestra vida, y sobre la desconexión y el tedio que se amasan cuando, además de sufrir, se ve con claridad la injusticia que representan las historias de amor perfectas que terminan hechas añicos. El narrador de la canción describe precisamente que quienes quedan "vivos" (o inmersos en el recuerdo) después de las implosiones afectivas tienen que convivir con dolores crónicos ambiguos: esos dolores que le recuerdan a uno que aún está vivo, pero que precisamente no son de las más agradables sensaciones humanas. El mensaje de que "quienes se van desaparecen y quienes se quedan sufren" es especialmente apropiado para el tratamiento que Gervais hace de la naturaleza humana en su serie. Confrontado recurrentemente con un heroinómano a lo largo de la serie, eventualmente el personaje de Gervais accede a darle dinero para que compre la droga que aquel quiere y necesita. Y en una discusión particularmente profunda entre ambos sobre llegar al límite de la vida y rendirse, el adicto reconoce que no tiene nada en su vida y que lo único que evita que se suicide es que no tiene el dinero para comprar la suficiente droga. Gervais le da el dinero, a sabiendas de las consecuencias que tendrá su acción, y el adicto efectivamente decide tener una sobredosis. "Youth", con su ritmo acelerado y sus guitarras etéreas, nos habla de la carga de los vivos y de las decisiones de los muertos mientras Gervais yace como petrificado en su propia casa y el adicto muere en el colchón orinado del garage donde vive. Es una escena terrible, donde incluso el mensaje es polémico y difícil de digerir, pero no hay duda de que dejaría de ser el uppercut al estómago que es si por detrás una voz no nos recordara que no hay distracciones y autodestrucciones suficientes que nos permitan olvidar "los nombres de los amores que se arruinaron".


2. El Señor (Robot) es mi Pastor, nada me ha de faltar: "Guiding Light" de Television (1977) en "eps2.4m4ster-s1ave.aes" de Mr. Robot (2016). SPOILER

Para cuando llegamos al sexto capítulo de la segunda temporada de Mr. Robot, varias cosas ya nos quedaron claras: primero, Elliot está psicológicamente trastornado. Segundo, Mr. Robot es su padre. Tercero, su padre está muerto, y Mr. Robot es una alucinación, producto de la culpa, la nostalgia y el trastorno mental del protagonista. Cuarto, Sam Esmail, el creador, escritor y director de todos los capítulos de la serie es un innovador técnico en todos los frentes, y sea a través de planos con proporciones no convencionales, cámaras desenfocadas o escenas largas sin interrupción, refuerza el argumento y la narrativa de la serie a través de actos y decisiones pictóricamente mágicas.

Por eso no extraña que desde el momento 0 del sexto capítulo de la segunda temporada, la serie adopte no sólo el argumento, sino la resolución (gráfica) y la calidad visual de las comedias familiares que se emitían por la tardenoche en la televisión yanqui de los años '80. No extraña que Elliot esté atrapado en un viaje familiar con su padre demente, su madre agresiva y alcoholica y su hermana borderline. Tampoco extraña que Alf sea parte de la narrativa. Y el truco meta-narrativo tampoco extraña cuando Elliot entiende que todo el "viaje" es una alucinación defensiva armada por su padre/Mr. Robot/él mismo para escapar al hecho de que, en el mundo real, el dueño de una red de venta de armas y de prostitución infantil de la Deep Web lo está golpeando hasta casi matarlo.

Hay mil líneas que estructuran Mr. Robot: los fracasos personales bajo el capitalismo tardío, el aislamiento, la gloria de la infancia pasada, la nostalgia por esos tiempos ya transcurridos, la culpa por no haber apreciado lo que se tuvo en su momento, y los costos que llegamos a pagar voluntariamente para tener cinco minutos más con aquellos que ya no están -no creo que sea arriesgado decir que el argumento anti-capitalista y lo de tirar abajo el sistema económico mundial es una metáfora o un recurso para profundizar aún más en esos dramas humanos: como todo buen drama, Mr. Robot usa lo universal para desglosar lo particular-. Pero creo que detrás de esas mil líneas todo se reduce a -o se ilustra a través de- la relación entre Elliot y su padre: una relación que hasta hoy (pendiente la cuarta y última temporada) nos aparece como ambigua y llena de agujeros, dado que sólo contamos con la perspectiva del 'narrador sospechoso' (el clásico unreliable narrator). Durante gran parte de la primera temporada, Mr. Robot es un megalómano que raya la demencia y manipula a los miembros del grupo de hackers para llevar a cabo su plan maestro. Durante la primera mitad de la segunda temporada, cuando ya sabemos que no existe y que es una personificación patológica de su padre, Mr. Robot es el enemigo personal de Elliot, dado que este ha decidido encerrarse (literal y figuradamente) y bajarse de la revolución que él mismo comenzó. Es una relación amarga, agria, violenta, y se alimenta de los recuerdos y las distorsiones que Elliot vuelca a su pasado personal.

Es por eso que el gesto de Mr. Robot de armar una alucinación para proteger a su hijo representa un primer cambio en el guión clásico que ha seguido hasta el momento. Todo apunta a que el padre está haciendole más llevadero a su hijo el hecho de que está impotente recibiendo una golpiza brutal. Luego de la cagada a palos Elliot despierta en el hospital y acto seguido es tirado por sus asaltantes en un subsuelo. Cuando Elliot entiende lo que pasó, con los ojos llenos de derrames y algunos huesos fisurados, logra pararse y abraza a la alucinación de su padre. Nos sorprende tanto como a Mr. Robot mismo, que primero piensa que su hijo va a golpearlo, antes de entender que lo está abrazando mientras llora y le agradece.


Si no estamos llorisqueando en este punto del capítulo, la última escena, que muestra un recuerdo de Elliot de unos 5 minutos de duración, termina de empujarnos por la colina de las emociones. En ella, un Elliot niño viaja en auto con su padre. Elliot estuvo involucrado en una pelea en el colegio y tiene un golpe visible en la mejilla. Después de hablar brevemente sobre la pelea con su hijo, Edward Alderson (ya no Mr. Robot) le cuenta que está enfermo, que ha sido echado de su trabajo (la megacorporación y antagonista de la serie, E-Corp, donde contrajo su enfermedad), y que ha decidido poner un negocio de venta y reparación de computadoras. Elliot se preocupa, y teme por su padre. Para este momento, "Guiding Light" del debut homónimo de Television, en segundo plano y por detrás del diálogo ya va por su segundo minuto. Mientras la canción narra escenas de soledad trágica -prostitución, noche, frío y muerte-, Edward, quien presiente su muerte y ve el miedo en su hijo, le dice a Elliot que no se preocupe, que el mundo no se va a librar de él tan facil y que "nunca lo va a abandonar". Acto seguido, la canción de fondo habla vagamente de una 'luz que guía' al narrador a través de las peores adversidades. Llegados a este punto, Edward reconoce el tono lúgubre del mensaje que le está tratando de comunicar a su hjio, y cambiando de tema, anima a su hijo a bautizar el negocio de venta de computadoras que acaba de comprar, y al que ambos acaban de llegar. El auto se estaciona, Elliot cierra los ojos: al abrirlos, el capítulo termina repentinamente, y nosotros entendemos que ha sido Elliot a quien originalmente se le ocurrió el nombre del negocio de computadoras de su padre ("Mr. Robot"). Elliot ha creado a Mr. Robot en varios sentidos, como una forma de orientarse y soportar los peores desafíos vitales, y al menos parte de esa figura/alucinación ha surgido en su infancia, como respuesta a que su padre le dice de forma indirecta que va a morir pero que nunca lo va a abandonar.

La serie ilustra a través de la canción de Television que Mr. Robot es la 'luz que guía' a su hijo, por si a esta altura no nos quedó claro, primero durante su infancia, y luego durante su adultez, en la forma de un mosaico de recuerdos, alucinaciones y delirios que sin embargo le evita sentir el dolor de una golpiza salvaje. Es una tragedia clásica, pero con personajes particulares, y en total sintonía con la canción de la banda neoyorkina; y es la completa coherencia entre los diálogos, las actuaciones y el tono general de la escena lo que hace que imagen y música sean acá dos caras de la misma moneda.

3. Parafilias, muñecas inflables y la falsa apacibilidad de la casa suburbana: "In Every Dream Home a Heartache" de Roxy Music (For Your Pleasure, 1973) en Mindhunter (2019)

Una de las magias de David Fincher es que cuando agarra la dirección por las astas, conduce sus series, capítulos o películas en una dirección clara, con una presión asfixiante que siempre va en crescendo. El cierre de Seven (traducida como "Pecados Capitales") y la entrevista a uno de los principales sospechosos en Zodiac son sólo dos ejemplos de cómo Fincher, uno de los directores vivos más finos y logrados, sabe manejar a la perfección la desesperación de las escenas opresivas y ansiógenas. Fincher es de los que entienden que, más que afectarnos con lo inesperado o súbito, nos ponemos más inestables y encendidos cuando sabemos a dónde nos dirigimos, y cuando nos movemos lentamente hacia lo inevitable.

Es por esto que la premiere de la segunda temporada de Mindhunter es un golazo al ángulo. La serie sobre la división de ciencias del comportamiento del FBI y sus entrevistas e investigaciones sobre perfiles y patrones de asesinos seriales venía cocinándose a fuego lento durante la primera temporada: violaciones, sadismo, ataques de pánico, hijos con autismo, lesbianismo, y los límites lábiles entre la cordura y la locura. Uno de los principales ingredientes del estofado: la manifiesta y progresiva gesta de BTK (Bind, Torture and Kill), uno de los asesinos norteamericanos más célebres, quien al comienzo de cada capítulo de la serie va avanzando unos centímetros por el camino de convertirse en el monstruo que, indudablemente, será eventualmente cazado por nuestro equipo del FBI.

Si algo ha popularizado el policial negro de los últimos diez años (y en esto Mindhunter y True Detective van a la cabeza) es el fenómeno de la raíz mundana de las peores atrocidades que terminan cometiendo los seres humanos. En otras palabras, los asesinos no se ajustan al patrón clásico: no son deformes jadeantes o babeantes, retrasados o completamente disfuncionales. Por el contrario, pasan desapercibidos en sus barrios y entre sus vecinos; en ocasiones se presentan de forma cordial y amena; son carismáticos y manipuladores. Más aún, la fachada de la vida apacible, normal y corriente de las familias tipo de clase media en Estados Unidos (sea en Arkansas, en Texas o en Nueva Orleans) subraya el hecho de que las personalidades más patológicas y sádicas se van cocinando a fuego lento en los suburbios impersonales y aparentemente más apacibles.


Por eso Fincher dió en el clavo al usar una épica oscura y ambigua como "In Every Dream Home a Heartache" de Roxy Music para metaforizar el viaje de BTK, y su evolución de tímido fantaseador a homicida y parafílico desenfadado. Una de las composiciones más teatrales, pomposas e intensas de la banda, de la época en que aún contaban con Brian Eno para hacer magia con sus teclados y sintetizadores, la canción es un monólogo que desde su título refiere a la ilusión proyectada desde la fachada de los hogares pacíficos. En cada casa de ensueño hay un desengaño, una congoja, canta Bryan Ferry: en el caso del narrador, la congoja es causada por su relación fascinada y enfermiza con una muñeca inflable. Y lo que sintetizado de esa forma puede sonar cómico es en realidad una descripción brillante de la obsesión humana y de cómo esa obsesión es alimentada por los lujos materiales, o incluso por la estabilidad de la vida hogareña. El narrador, como BTK, reconoce que se aleja del paraíso con cada paso que da (con cada acto moralmente cuestionable e incluso atroz), y que "hogar dulce hogar" es sólo un dicho, porque dentro del bungalow o del penthouse o de la mansión hay sólo locura y ficción. Lo que hace que el uso de la composición sea tan efectivo es el hecho de que la escena que acompaña la canción no muestra a BTK cometiendo un asesinato (eso sería predecible e incluso anticlimático), sino que sigue en cámara lenta el recorrido que hace la esposa del asesino desde que entra tranquila a su casa, hasta que avanza con sospecha hacia el baño y horrorizada encuentra  a su marido con una máscara puesta y asfixiandose a sí mismo en una práctica autoerótica. Es mucho para digerir, y mientras la mujer corre y se aleja asqueada, Bryan Ferry canta que la mejor compañía tiene piel de vinilo, llegó en una caja dejada por el correo, y es descartable: una perspectiva con la que BTK seguro coincidiría.

4. Todo es un bucle, no hay escapatoria y tampoco podemos parar: "Gotta Get Up" de Harry Nilsson (Nilsson Schmilsson, 1971) en Russian Doll (2019)

Para el final del piloto de Russian Doll, ya entendimos la premisa: Nadia, una ingeniera de software fría, egoísta, sarcástica y narcicista está atrapada en un loop (un bucle) temporal. No para de morir y 'reiniciar' en el baño de su departamento, donde (para su desgracia) están festejando su cumpleaños.

A lo largo de los capítulos vamos entendiendo un poco más la metafísica de la serie que usa la imagen de las Mamushkas para simbolizar el infierno personal de la protagonista, repitiendo una y otra vez su narrativa, consciente de que está enjaulada pero sin poder escapar. También vamos detestando un poco más a Nadia, quien con su nihilismo y parece haber colaborado con la creación de ese purgatorio. La entendemos, la detestamos y la queremos: Nadia es la persona que muchos querrían ser porque no saben realmente lo que se siente ser así.

La forma que tiene la serie de indicarnos que Nadia efectivamente está reviviendo una y otra vez la misma noche es que, al 'regresar' al inicio de la narativa -el baño-, en la fiesta está sonando el piano repetitivo e invasivo de Gotta Get Up, la canción compuesta por ese genio rubio e infravalorado que fue Harry Nilsson. La canción está lejos de describir una epopeya circular y enloquecedora como la que retrata la serie: es más bien la queja de un trabajador que, lejos de cuestionarse por qué se levanta, simplemente tiene que hacerlo, va a trabajar apurado, vuelve apurado, incluso disfruta apurado, empujado por la presión cotidiana y la idea de que, simplemente, tiene que hacerlo so pena de seguir perdiendo el tiempo y que lo engulla el paso inclemente de las edades. Es más bien la idea de empuje inevitable lo que engancha a Nillson con Nadia: como el narrador de la canción, nuestra desagradable ingeniera no tiene opción más que seguir adelante (salir del baño, intentar no morir mientras avanza en la narrativa, morir, reiniciar). Y a medida que transcurre la historia y entendemos la raíz tanto de la 'anomalía' espaciotemporal como de la personalidad de Nadia, vemos que la nostalgia de la canción de Nilsson es el marco general del dilema de la protagonista: "cuando eramos jóvenes pensábamos que no ibamos a envejecer", o "cuando teníamos relaciones sin mucho cuidado estábamos en nuestros mejores días" bien podrían ser dos de los principios que han regido la descontrolada vida que Nadia ha tendido a dar por sentada y a naturalizar: esa misma vida que ahora se ve forzada a revisar. Cada vez que Nilsson canta, sabemos que Nadia ha muerto y vuelto al inicio; y lo que empieza siendo cómico se vuelve agobiante a medida que Nadia empieza a derretirse bajo la presión de la situación y Nilsson no para de recordarnos que hay que levantarse y seguir adelante.


Como nota al margen, entendí lo bien usada que estaba esta canción, y entendí incluso los efectos de la música en las series más allá del limite estricto de la pantalla, cuando la agregué a mi lista de Spotify de canciones de películas y series y tuve una situación graciosa y rara. Estaba caminando por la calle y en un momento la lista aleatoria sencillamente tiró la canción. Tuve el deja vu más extraño de mi vida: por condicionamiento clásico, había asociado la canción con el bucle temporal, y al escucharla caminando por la calle más que recordar la serie tuve una leve sensación de desesperación, como si yo estuviera reiniciando una narrativa propia. Repetí la canción dos o tres veces y entendí que, al menos en mi cerebro, Russian Doll había logrado asociar la canción no tanto con Nadia o con el baño sino con la propia idea de repetición, y con la sensación de reconocerse atrapado en esa extraña e imposible 'jaula temporal' que la serie usa como mecanismo narrativo. Es el día de hoy que cuando escucho Gotta Get Up recuerdo que hay infiernos personales, sólo que el de Nadia es uno metafísico e imposible.

domingo, 11 de agosto de 2019

Cómo dejé de preocuparme y aprendí a amar a The National (2001-2019)

Hace un tiempo experimenté dos de mis más grandes y auténticas sorpresas en Internet.

Un poco de contexto: hace casi exactamente un año empecé a escuchar The National, esa banda de amorosos y melancólicos ancianos yanquis. Pero sólo recién hace unos meses empecé a meterme a grupos de Facebook sobre memes y análisis de canciones de la banda (sucede que eso, en mi cabeza, es como pasar del noviazgo a la convivencia: no sólo me gusta tu música, sino que ahora también quiero compartir risas y reflexiones con otros obsesivos, e inundar mi inicio de cosas que pueden arrancarme alguna sonrisa). Hasta el momento había sido parte de grupos de Facebook sobre Radiohead. Y del contraste entre ambos grupos surgió mi primera sorpresa: la gente que es "fanática" (o entusiasta) de The National está compuesta en primer lugar por un 50% de mujeres blancas extrañamente sensibles a los mensajes de la banda. 'Extrañamente' digo, porque el otro 50% son varones adultos, algunos de los cuales ya es evidente que están entrando en la tercera edad. Además de este dato demográfico, los fanáticos de The National son a) extremadamente amables, b) cálidos y cordiales, c) fanáticos comprometidos emocionalmente con la banda que sin embargo logran evitar caer en el lugar snob y horripilante en que caen (¿caemos?) muchas otras personas. Los posteos de los grupos de The National son honestos, directos, a veces emocionantes. Los de Radiohead, por otro lado, son lo contrario: a) suelen ser agresivos o despectivos o desagradables, b) el 90% de lo que se postea es crap (mensajes irónicos o sarcásticos), c) se desalienta la reflexión seria o la comunidad sana en torno a la banda. Mi primera sorpresa en Internet este último tiempo fue corroborar, felizmente, lo linda que es la gente que gusta de The National, y lo verdadera que es esa sentencia que dice que los fanáticos de Radiohead son una manga de desagradables pretenciosos y pelotudos.

Mi segunda sorpresa -que más bien fue una caricia al alma- fue encontrar lo que creo es la descripción más ajustada y verdadera sobre una banda que leí en mi vida. Hace unas semanas, en un grupo de Facebook, leí algo así -parafraseado es más cómico, pero el espíritu está intacto- como que The National era música para padres casados que están llorando angustiados en el baño del bar donde están compartiendo una fiesta con compañeros del trabajo porque medio borrachos chaparon con una colega y ahora lo único que quieren es estar abrazados a sus esposas en su cama. Dos cosas: primero, la gente que comentaba y reaccionaba a la publicación se reía, coincidía y nadie atacaba a nadie (tan sólo una fantasía que eso suceda en un grupo de Radiohead). Segundo, realmente nunca leí que tres lineas captaran de forma tan dramática, directa y justa el quid, el 'asunto', el 'de qué se trata' una banda -en este caso, The National-.

¿Banda de papás, o banda de papurris?

No es que The National sea música de cornudos, depresivos o algo por el estilo. Pero algo de esa frase da justo en el clavo. Parte lo explica el hecho de que la banda es un poco atípica: los integrantes promedian los 50 años de edad, no se ajustan al estereotipo de 'rockeros', hacen una música intensa pero tranquila, que no tiende a 'salirse de los bordes'... e incluso, Matt Berninger se ajusta a la descripción que parafraseé: el cantante y líder artístico de la banda ha dicho en muchas entrevistas que siente culpa por hacer tours y no tener contacto con su mujer y sus hijas en períodos prolongados de tiempo. Al tipo le pesa la distancia, la culpa de ser un padre ausente, y la culpa de las consecuencias que eso puede acarrear.

A pesar de eso, la cuestión 'biográfica' no agota todo el hecho de que aquella frase dé en el clavo. Es la música, y las letras, y el mensaje de la banda, lo que hace que ese mensaje (que mezcla arrepentimiento, idiotez, y una humanidad muy básica y cruda) sea tan cierto.

The National empezó como una banda sencilla y crota. Su disco debut y homónimo, del año 2001, es un tipo de rock alternativo acústico y tranquilo del que no se destacan muchas canciones (una canción interesante lleva el nombre de Anna Freud y alude a la vida de la célebre hija del padre del psicoanálisis). Un replanteamiento interno hizo que la banda se la jugara más y en 2003 publicaran "Sad Songs for Dirty Lovers", un disco que representa una evolución enorme para un plazo relativamente minúsculo de dos años. En el disco se destaca una canción que, nunca intentó ocultarlo, es Matt Berninger describiendo precisamente sus miedos sobre las consecuencias de abandonar y dejar insatisfecha a la persona que uno ama (en su caso, su esposa). Slipping Husband (que se traduce como 'marido que se resbala', o más bien que cae) narra la encrucijada de un marido que se dice a sí mismo que tiene que cambiar la táctica porque a fuerza de estar sola, su mujer está cada vez más alejada y poco contenida. El subtexto es sexual, pero el problema es más profundo: ser padre y ser estrella de rock son estilos que no se llevan bien, y unos besos en la frente de sus hijos no van a llenar el vacío que el narrador está dejando en sus vidas. "You'll end up talking to the ghost / Of your wife as if you knew her / Your eyes will put her everywhere", canta Berninger, tironeado entre su vocación y las formas que encuentra para hacer frente a un desafío tan grande -principalmente, el alcohol-. Lo mismo se ve en Afraid of Everyone, donde Matt dice que con su hijo en hombros trata de no herir a nadie -de no decir demasiado en sus letras, de no comerse el cuento de la fama, de no alienarse de sus seres queridos-, pero que a veces no tiene a mano las drogas (como el alcohol) que le dan precisamente ese superpoder.

Esposas, compromisos, intoxicaciones, y lejanías que son más potenciales que reales: Matt casi constantemente canta sobre los tumultos del amor y de las relaciones. Pero -y esto es lo original de The National-, son relaciones 'maduras', evolucionadas, donde los tumultos son los clásicos problemas que surgen después de años y años de conocer a la otra media naranja. En Cherry Tree, alguna de las dos partes (probablemente la interlocutora) está a punto de hacerle al narrador una confesión en el contexto de una discusión de pareja, y la presión y la ansiedad empiezan a aplastar a ambos. El narrador pide que dejen el tema, que no quiere saber: metafóricamente se siente como un cerezo, que por sí sólo es un árbol bastante macizo; pero su pareja, con la que está discutiendo en público y que está por confesar un crimen, está afilada como un hacha y viene bajando con toda la fuerza. El desastre inminente se acompaña por las guitarras arpegiadas, el bajo repetitivo y un crescendo de violines que nos hace experimentar la asfixia progresiva de la pelea. La imagen del narrador pidiendo piedad y consultar las cosas con la almohada se repite en varias canciones, en particular en Fake Empire, la increiblemente hermosa canción que abre 'The Boxer', el quinto disco de la banda: "Let's not try to figure out everything at once / It's hard to keep track of you falling through the sky".

Es cómico (y es triste) que muchas de las consecuencias desastrosas que encuentran los narradores de las canciones de The National sean rumiaciones, potenciales desenlaces de cosas que aún no sucedieron y probablemente nunca sucedan porque los tipos están muy enamorados. Advertencia: las canciones no son lamentos de infieles ni preocupaciones estúpidas. Suenan como expresiones auténticas de personas torturadas que ven todo lo que tienen y lo que han conseguido y que se retuercen ante la posibilidad de perderlo todo. Por momentos, The National es la banda sonora para mirar hacia el lado y ver que el otro sigue ahí y que todo está bien; es el trasfondo de hacer eso y sentir seguridad y afecto acompañados de un frío en la nuca dado que asusta lo importante que llegó a ser la presencia de esa persona en nuestra vida. The National también es la banda sonora del sentirse impactado e incendiado por ver a esa persona que nos vuela la cabeza repetidamente y a pesar que (o quizá porque) ya la conocemos desde todos los ángulos y perspectivas. En Oblivions, de su último album 'I Am Easy to Find', el narrador se siente aterrado por cómo ama a su pareja y por la forma en que es cautivado por ella, y le pregunta (no con incredulidad, sino de forma honesta y vulnerable) si ella va a cargarlo, acompañarlo, hablarle y necesitarlo hasta que ya no exista más nada. En Wasp Nest (del increible EP 'Cherry Tree' del año 2004), el narrador describe cómo se acerca voluntariamente a una mujer que, él sabe, es un nido de avispas debajo de la ropa. La mujer es una tormenta (incluso en un mal sentido: es problemática), y él no puede evitar acercarse. Pero esa mujer, lejos de ser una desconocida en un bar como nos dicta la clásica fantasía centenaria, factiblemente sea su esposa, porque él sabe que ella lleva el vestido que de jóven usaba su propia madre. El amor y la fogosidad en una pareja de casados. Eso es The National.

Extrañamente para un hombre felizmente casado y nunca infelizmente divorciado, no todas las letras de Berninger son así como dije recién, y en muchas, cuando mira al lado solo encuentra soledad y silencio. Por alguna razón, esas me parecen las mejores canciones, las canciones más complejas, más precisas. Aquellas donde el narrador soliloquea y le dice a una versión imaginaria de su ex pareja que vió a su madre en una plaza, para después decir que en realidad no llegó a ver bien y que podría haber sido cualquier persona. O las canciones sobre lo necesario y doloroso que es seguir adelante después de una ruptura. En All Dolled-Up in Straps, el narrador ve a su ex pareja producida y arreglada junto a otra persona mientras se dirigen a algún lugar. "Now, love, where have you been? / Where have you been?", se pregunta en su cabeza Matt, intentando llenar el vacío del tiempo perdido.

Anyone's Ghost, una de las composiciones mas bellas de la banda, y punto álgido del sexto disco de la banda 'High Violet', tiene todos estos elementos: un hombre enamorado e involucrado, y una mujer que se distancia de él sin confrontación y de forma indirecta -a través de mentiras pequeñas-. Según el narrador, la mujer le espeta de forma irónica que él es, y ha sido, demasiado depresivo: "You said it was night inside my heart, it was / You said it should tear a kid apart, it does". La ruptura y la avalancha causan una debacle, pero el narrador le miente a sus amigos para calmarlos, restandole importancia a lo que siente: "I had a hole in the middle where the lightning went through / I told my friends not to worry". A pesar de que el narrador no quiere ser la sombra o el fantasma de nadie, y a pesar de la ruptura, el tipo no quiere a nadie más que a ella. Todo esto en tan solo 4 acordes y una instrumentación tan sencilla como potente.

Anyone's Ghost en una casa embrujada

Como una buena banda de viejos, The National mejora cuanto más pasan los años. Es por eso que sus últimos tres albumes son uno mejor que el otro. En 'Trouble Will Find Me' del 2013, la banda presenta algunas de las canciones más directas y menos metafóricas que han compuesto. En la canción I Need My Girl, el narrador sencillamente recuerda mejores tiempos con su pareja actual y, desde una fiesta llena de punks y drogadictos, trata de llamarla para escuchar su voz. En Fireproof, el narrador se queja de la frialdad y del engaño de su pareja actual (¿o ex pareja? Con The National a veces no se sabe), y desea retroceder el tiempo para guardarse algunos de todos los secretos que compartió con ella, dado que ella parece guardar muchos para si. Él es sensible y dirigido por emociones; ella es controlada, racional y 'a prueba de balas': una fachada, pero una efectiva, después de todo. Y en Pink Rabbits, cuya belleza es realmente impactante, el narrador se encuentra sorprendido porque su ex vuelve a aparecer en su vida, y quiere darle otra chance a la relación. El narrador está congelado: no puede creer lo que está sucediendo, y después de tanto sufrimiento y superación, está en una posición dilematica. Sufrió como sufren los "personajes de las películas" y como las "chicas blancas en las plazas", fue una caricatura de todas las rupturas que sucedieron alguna vez, y ahora ella aparece corriendo y le ofrece bailar. Toda la canción funciona como una confesión verosímil ante ese escenario inverosímil: "Ya me estaba acostumbrando a vivir sin vos, no sé qué hacer ni cómo tomar esto". Es la esperanza dosificada con realidad y con el peso de la superación y del 'moving on', con el agregado de que el narrador recuerda de forma muy clara cómo la relación fracasó y cuales fueron las ultimas palabras de su pareja: "You said it would be painless / The needle in the dark / You said it would be painless / It wasn't that at all".

Sleep Well Beast, el album del año 2017, amalgama preocupaciones amorosas y los temores típicos de Berninger con algunos subtonos políticos, en el marco de la elección de Trump (Turtleneck). Con un sonido por momentos más intenso y abrasivo que el de los discos anteriores, es igualmente un album dirigido por el piano, las cuerdas y la percusión calma. En la composición que abre el album, Nobody Else Will Be There, Berninger captura esos momentos hermosos y exquisitos del comienzo de cualquier relación: el encontrarse medio a escondidas en una escalera de incendios (donde 'no va a haber nadie más'), el estar en camino y tener que preguntar el número del edificio donde vive la otra persona que se está empezando a conocer, el enfrentar el frío gélido (en este caso el de Nueva York) yendo a visitar a ese otro significativo, y los ocasionales desencuentros y malentendidos que se dan cuando mezclamos a un romántico como Matt con mujeres más frías, centradas y lógicas: "Hey baby, where were you back then? / When I needed your hand / I thought that when I stuck my neck out / I'd get you out of your shell". Sin respiro, pasamos a The Day I Die, donde el narrador, luego de varios vodkas, se pregunta en voz alta (o le espeta a una mujer de la que se está separando o distanciando) dónde estarán ambos el día que él muera. La imagen es fuerte: por un lado él asegura que no la necesita más, que casi ya no se ven y que tiene a muchas pretendientes a sólo un llamado de distancia. Pero por otro, está tan involucrado con ella, y la ubica en un lugar tal, que la involucra en un escenario fatal. ¿Cuánto nos tiene que importar una persona para que fantaseemos dónde estará ella cuando a nosotros se nos acabe la mecha, todo se detenga, placa oscura, telón y empiecen los créditos? Y en el otro destacado del album, The System Only Dreams in Total Darkness, se vuelven a mezclar las discusiones, los secretos y las disputas en una historia que puede describir tanto una lucha política como el incendio de una relación. El narrador no entiende por qué su interlocutora se encierra sobre sí misma y le oculta cosas. La relación parece estar dañada de muerte porque, contrario a lo que habían acordado de no dejar entrar a nadie a su espacio íntimo, ahora se han infiltrado personas en la relación -probablemente porque secretos personales se filtraron al exterior-, y ya no son sólo dos en la pareja.

Hace unos meses, The National nos tiró en la cara su ultimo album, 'I Am Easy to Find', que ya desde su título le lleva la contra a la última canción de 'Trouble Will Find Me'. Si en este album Matt confesaba que era Hard to Find, ahora con su último disco -que es el más largo de la banda hasta la fecha y donde colaboran muchas cantantes invitadas- nos dice desde el momento 0 que no está buscando ocultarse y que es facil de hallar. La expresión se explica en la canción homónima, una de las tantas composiciones hermosas y desgarradoras del disco, donde Berninger canta con la Kate Stables. En esta canción, el mensaje es sorpresivamente sencillo: sea como resultado de una pelea, o como intento de conectar luego de ahogarse en la desesperación y los problemas propios, el narrador evita la clásica de 'jugar a las escondidas' y hacerse el difícil con su pareja (¿o ex pareja?) y le confiesa: "I'm not going anywhere / Who do I think I'm kidding? / I'm still standing in the same place where you left me standing". Después de todos los fracasos y de todas las batallas ganadas y perdidas, él le reconoce que aún espera con papel picado, cintas y demás que ella llegue a casa todas las noches. Que alguien elija quedarse con uno a través (y a pesar) de todo es para Matt un motivo de festejo, algo así como una fiesta sorpresa. No sabemos si ella llega efectivamente a la casa o si él se queda todas las noches a oscuras esperando dar una sorpresa que nunca se materializa.

En el tema que abre el disco, 'You Had Your Soul With You', el cantante habla con arrepentimiento de cómo, durante la última discusión con su pareja -aquella que acabó con todo-, ella 'estaba con todo' y él estaba agotado; ella tenía su alma encima, y él estaba vacío; él aún podía hacer una última cosa para solucionar todo, pero que no pudo verla ni llevarla a cabo. En una expresión que todos los seres humanos alguna vez sentimos al quemar puentes que dejamos atrás, Matt canta al unísono con Gail Dorsey: "I have owed it to my heart, every word I've said / You have no idea how hard I died when you left". Las rupturas no quitan la honestidad de las palabras bellas que se dijeron durante una relación (al revés, refuerzan su transparencia y honestidad), como tampoco quitan que todos muramos cuando el otro finalmente se va. Una idea similar se baja en 'Hairpin Turns', que describe, como el título de la canción lo sugiere, los giros de 180º, la intensidad y el "brutalismo" al que asisten el narrador y su interlocutora en su relación, luego de un cambio de formas que queda sin especificarse. Todas las casas de la cuadra se incendian, incluso la suya; y Matt sugiere que ambos pelean siempre por las mismas cosas como si ella quisiera que él aprendiera algo. A pesar de esto, son ambos -Matt y Gail Dorsey otra vez- quienes cantan al unísono, preguntándose, como sorprendidos y sin tenerlo claro, qué es lo que les está pasando.

Hairpin Turns

Si llegaron a esta altura del análisis, los felicito y como premio, pueden asistir a cómo digo basicamente que Quiet Light es a mi juicio la canción más The National de The National. La segunda canción de su último disco tardó 18 años en parirse, y con razón: es una oda maravillosa a la melancolía, a lo perdido e irrecuperable, al dolor vivo, y sobre todo al gesto humano de aceptar que, a veces, lo único que queda ante tal tragedia es aceptar ese dolor y reconocer que no hay herramienta mágica que lo deshaga. Como cabría esperar, es The National en una cáscara de nuez: primero el contraste entre el presente y el pasado. Matt abre la canción cantando cómo solía dormirse escuchando la voz de su pareja, pero que ahora simplemente no oye nada. Segundo, el tedio tan mundano y real: no es que el narrador tema estar sólo, sino que ahora no sabe qué hacer con su tiempo. Se perdió la cadencia y se diluyeron los tonos que evitaban que las cosas se amalgamaran en una pasta gris y uniforme. Tercero, la confesión con tono amistoso y compinche: Matt reconoce -en el vacío, hablándole a alguien que no está presente- que pensó que las cosas entre ellos iban a durar un poco más. Cuarto, la aceptación: con ese trasfondo, el narrador está aprendiendo a estar (literalmente yacer) bajo la luz silenciosa y quieta, la luz calma, como un insecto o un objeto bajo el foco. El narrador está aprendiendo a ver cómo el cielo cambia, y cómo pasan los días, lo cual es una tarea complicada porque también implica "aprender a no morirme un poco por dentro cada vez que pienso en vos y me pregunto si estarás despierta". Se complica más porque Matt (o el narrador, o todos) se viene/nos venimos abajo cuando se imagina/nos imaginamos o recordamos la voz del otro, lo cual el narrador reconoce que le sucede todo el tiempo y que piensa en ella más que en cualquier otra cosa. Como en Pink Rabbits, "I'm always thinking you're behind me / And I turn around and you're always there". La canción cierra con algunos de los versos más frágiles que el barbudo de anteojos nos dejó al resto de los mortales, sintetizando ese dolor terrible mezclado con resignación y con la añoranza clavada en la carne: "And I'm learning to live without the heartache it gives me / Nothing I wouldn't do for another few minutes / Learning how not to cry / Every time there's another sad unbearable morning / But sometimes there's nothing I can do". El tropo de que nada es demasiado para volver a pasar 5 minutos con la persona amada toma otro sentido, y mata el optimismo idiota que suele acompañarlo, cuando Berninger clausura la canción reconociendo simplemente que a veces no puede más que aceptar, quebrarse y venirse abajo. A veces los bordes que dejó lo que ya no está duelen de forma que no queda más que caer, al menos momentáneamente.


No creo que todos los "fanáticos" de The National (si es que alguien puede llamarse fanático del dolor y la amargura) piensen tanto como yo en sus letras y en sus vueltas: sé que el sobreanálisis es mi especialidad y la de pocas otras personas. Pero sí me es claro que es una banda con la que no es sencillo, ni fácil, ni gratificante, empatizar y conectar. Es una banda de nicho, y el nicho es más emocional que otra cosa. Por eso supongo que, aunque mi nuevo grupo de amigos en Facebook es por necesidad bastante heterogéneo, en algún nivel todos han sido tocados por la humanidad sincera y desnuda de la banda. En las últimas semanas he entendido mejor qué tipo de 'sensibilidades' buscan a Matt en los recitales, se sacan fotos con él, cantan -llorando- las canciones, y encuentran en él alguna clase de santuario. Entiendo también por qué en el grupo de Facebook los fans no se insultan ni se pegan ni se esconden detrás de ironías que dejan de ser 'máscaras' y se terminan volviendo su personalidad real, y al contrario prefieren ser amables y cálidos, casi como miembros de una gran familia. Ahora también entiendo cómo una banda de 'papás arrepentidos por besar a su colega' le llegan a ese 50% de los fanáticos que son chicas jóvenes blancas. Y es que en las últimas dos décadas, donde el rock se polarizó (o no se habla de amor, o se habla de un amor irreal y estúpido), The National entendió, primero, y elaboró después, una visión madura, realista, hermosa y terrible de las expectativas, los desengaños y las experiencias amorosas. En las composiciones de The National -y en especial las que nombré hasta acá- sus miembros capturan, como casi ninguna otra banda que yo conozco, la mezcla de añoranza, melancolía e idealización (un poco voluntaria y un poco involuntaria) que deja a su paso cualquier ruptura o relación significativa quebrada. Mejor dicho -porque el quid no es la ruptura en sí-, los tipos capturan tanto el riesgo (terrible) como las recompensas (hermosas) de cualquier relación, aunque prefieran enfatizar los escenarios donde esas relaciones empiezan a desintegrarse.

Podrán ser 'papás', pero el lenguaje que manejan no podría ser más universal. Al hablar del amor con el filtro de la neurosis de nuestro tiempo, The National integran la fila de artistas que, como Father John Misty, R. E. M. y Sufjan Stevens (por sólo nombrar unos pocos), prefieren evitar las 'salidas fáciles' al tratar estos eternos tópicos; artistas que nos hacen reflexionar y crecer con su eterno soul-searching.



viernes, 3 de mayo de 2019

Vampire Weekend - Father of the Bride (2019)

Lo prometido es deuda, y a menos de 24 horas del estreno oficial (y a menos de 48 horas que conseguí una versión pirata), A la Izquierda del Dial[1] pone a vuestra disposición una crítica argumentada del cuarto disco de Vampire Weekend, la que dijimos que era la banda más blanca que pisó la tierra.

El disco llega después de 6 años de Modern Vampires of the City. En estos 6 años Rostam, el productor y multiinstrumentalista de la banda, se mandó a mudar; todos los miembros restantes menos Ezra sacaron discos solistas, y este último se concentró en sufrir por sus relaciones amorosas, escribir cuentos cortos con alumnos de la universidad, y mudarse de Nueva York a Los Ángeles. Con más de media década desde su último esfuerzo y con semejantes cambios, era esperable que la banda se aproximara al proceso de composición de una forma distinta que como lo hicieron para sus discos anteriores. Y como vaticinábamos en nuestra reseña del EP que publicaron hace seis semanas y que contaba con 6 de los 18 temas de la versión final del disco, este cambio ya era evidente: el extended play mostraba una producción más ligera y menos 'abarrotada', que sin perder la complejidad, era un alejamiento por parte de Koenig y compañía del estilo intrincado que los caracterizaba hasta el momento. Hipotetizábamos que la banda quizá iba a sacrificar experimentación por un approach más convencional a las composiciones.

Esto se puede observar con toda claridad en el disco completo, que ya está disponible en Spotify y en todas partes. Un doble álbum con 18 canciones pero que dura menos de una hora, Father of the Bride (que toma el título de la película de Steve Martin) nos llega como una colección o collage de ideas con distintos niveles de complejidad: hay en el disco canciones muy cortas con ideas relativamente sencillas (Big Blue, 2021, Hold You Now), canciones cortas muy producidas y rebuscadas (Bambina), canciones largas complejas (Harmony Hall) y canciones largas sencillas (This Life). Se capta la idea: el disco parece realmente un libro de cuentos ligeramente conectados por historias y temáticas comunes.

Esta diversidad sónica, que rompe con la polaridad "canciones cortitas/canciones complejas" que venía manejando la banda, se entronca con otras novedades . En primer lugar, la participación de artistas invitados: el guitarrista Steve Lacy de The Internet, que tiene a cargo la guitarra sabrosa de Sunflower y de Flower Moon, y la cantante Danielle Haim, que aporta acompañamiento en algunas canciones pero que tiene duetos completos con Ezra en tres canciones: Hold You Now, Married in a Gold Rush, y We Belong Together. En segundo lugar, la inclusión sin disimulo de influencias de blues y de country (evidentes en Rich Man y en los duetos), que complementan los siempre presentes guiños a la música africana y a la world music, que hicieron conocida y odiada a la banda ("apropiación cultural", dijeron).



Me sorprendió gratamente que el EP no tuviera los mejores temas del disco (algo que el propio Koenig reconoció que quería evitar, porque caso contrario al escuchar el disco la sensación es de decepción, y tiene razón). En efecto, si bien aquel extended play era representativo del enfoque del disco, no lo era del alcance del mismo: después de una canción acústica sencilla que abre el disco narrando o una ruptura en plena boda o en un último intento por ganarse el amor de un imposible (Hold You Now), Harmony Hall (el single principal del disco) nos bombardea con harmonías acústicas claras y con pianos, y a partir de ahí las siguientes canciones amplían por mucho la paleta: Bambina, una composición que hace bailar hasta a un muerto, es una de las varias canciones del disco que tocan el tema de la religión, y donde Ezra, hablando desde el punto de vista de un cristiano, se despide de su bambina (que puede ser la música, como era en Step, o una persona real, o incluso una facción política) diciendo que su corazón religioso no aguanta la violencia que la rodea. La ironía sobre la naturalización y la invisibilización de la violencia va directo al punto cuando Koenig canta "No signs of injustice / No signs, but the flames that are filling up the room / Fire cannot be trusted". De esta canción corta y festiva pasamos a la ya reseñada This Life, donde el narrador se lamenta de cómo haber esquivado el sufrimiento durante su vida ahora lo deja vulnerable a que su mundo se venga abajo cuando tantas, tantas cosas (el odio, el amor, los sueños, los tambores de guerra) se cobran su relación. De ahí a Big Blue, donde la cuestión ambiental y de cuidado por el planeta entra de lleno y el narrador describe cuán sobrecogido se sintió cuando la conexión con ese planeta lo cobijó estando él hecho poronga. Y de ahí al sexto tema, How Long?, donde las interpretaciones se reducen a dos: o el narrador se plantea cuánto falta para que su país se vaya al fondo del mar después de tanto desastre y competencia y desigualdad, o el narrador se plantea cuánto falta para que su relación se vaya a pique por la insistencia de los mismos hábitos y sandeces ("What's the point of getting clean? / You'll wear the same old dirty jeans / What's the point of being seen? / Those eyes are cruel, those eyes are mean).

Van seis temas, un tercio del disco y ya cambiamos de emociones cinco veces. Y es que uno de los atractivos de Father of the Bride es su intensidad melancólica y a la vez maníaca, intentando buscar sentido en las miserias cotidianas de la vida de un tipo como Koenig, que se toma a sí mismo tan en serio que podría ser el hermano menor de Father John Misty. La ironía, el sarcasmo, y la sobre-descripción de lo mundano aparecen en el álbum no tanto como un reflejo de la fascinación de Koenig por el humor observacional de su ídolo Seinfeld, sino como un recordatorio de que la vida no es tan compleja después de todo, y que un neurótico como él tiene que forzarse a recordar ese detalle una y otra y otra vez. El proceso, y el trayecto mismo, es un subi-baja emocional constante, y esto no cambia en las 12 composiciones restantes.

Al menos la manía de Koenig ahora se nutre de otras fuentes, lo que lo vuelve más humano y cercano: además de tener guiños a canciones de Bob Dylan ('Simple Twist of Fate', por ejemplo) y por momentos una onda muy Nashville Skyline (folk/country sureño tranquilo apacible, del que Dylan hizo cuando luego de romperse la cabeza andando en moto), hay en todo el álbum una atmósfera que sugiere que al haberse mudado a la costa Oeste nuestro judío favorito empezó a comer más Grateful Dead y Jefferson Airplane. Los riffs limpios, floridos, gritan Jerry García, pero se alejan del plagio o de la mera copia: son procesados inclementes por la imaginación rebuscada y a veces torturada de Ezra. Esta influencia del rock psicodélico y de la onda sureña es clara en la trilogía de duetos que estructuran el disco y que narran la crisis y la renovación de una pareja: en Hold You Now, el protagonista en primer plano es una guitarra acústica y un slide que por poco está arrancado de Lay Lady Lay de Bob Dylan. En Married in a Gold Rush, la pareja pondera si no se casaron y avanzaron demasiado rápido (Shared a moment in a café / Shared a kiss in pouring rain / We got married in a gold rush / And the sight of gold will always bring me pain), sobre el trasfondo de un órgano, slides y violines que redefinen el folk de los '70 y lo hacen consumible para jóvenes obsesivos en 2019. Y por último, en la balada We Belong Together, que desde el inicio nos sacude con un riff cromático muy San Francisco, la pareja reflexiona sobre cómo que encajan tan bien como cosas que encajan y no encajan bien (We go together like pots and pans / Surf and sand, bottles and cans We go together like lions and lambs / Oh, we go together / We go together like Keats and Yeats / Bowls and plates, days and dates). La trilogía tiene un final ambiguo: Hallelujah, you're still mine /
All I did was waste your time / If there's not some grand design / How'd this pair of stars align?. ¿Júbilo por la reconciliación, o aceptación apesadumbrada de que el destino ciego nos come a todos por igual? Si bien no es parte de la triología per se, la canción que continúa, Strangers, es más optimista: Koenig (en sus propios zapatos) recuerda cómo veia la vida como un extraño (como un espectador) antes de conocer a su pareja (la actriz Rashida Jones), y luego reconoce que aunque la vida es compleja, pudo dejar atrás su desapego y su carácter de espectador torturado gracias a la compañía de su chica. En una estrofa que recuerda mucho a cómo Father John Misty describe la 'caída a tierra' que produce ver a la cara a un ser amado, Koenig baja la guardia y nos dice "I used to freeze on the dance floor / I watched the icebergs from the shore / But you got the heat on, kettle screaming / Don't need to freeze anymore". Y es que en su preocupación por analizar, descomponer y decodificar la vida, los artistas (como tantos otros) a veces se olvidan de vivir, y necesitan de otras personas para recordar cómo volver a hacerlo.


Lacy, Koenig y un perrito

Con todo, las dos canciones más intensas del disco contienen estas temáticas (el cambio, el amor, la ruptura, la religión) pero son universos en sí mismos. Me refiero a Sympathy y a Jerusalem, New York, Belin. Sympathy, por lejos la canción más cargada y fuerte del album, abre con una declaración irónica: Steve Lacy dice que "suele tomarse a sí mismo demasiado en serio" y que nada lo amerita. Pero un instante después la guitarra acústica, el bajo y la batería abren de forma estruendosa una reflexión muy seria de casi cuatro minutos sobre cómo el cristianismo y el judaísmo, ocupados por siglos en matarse entre sí, hacen causa común para exterminar a un tercero: el Islam (que en ningún momento es mencionado directamente, pero que es fuertemente referenciado). En un ejercicio de composición lírica impactante y que es doblemente polémica por ser Ezra un judío crítico de su propia religión, la canción narra (probablemente desde el punto de vista del cristianismo y a la vez de un cristiano) como la otra religión aparece, la toma de la mano, la saca de donde estaba, y terminando con "siglos de aislamiento", le hace entender que ahí afuera hay un tercer personaje que puede romperle el corazón a ambas y tirar las piezas al río (una imagen que también es consonante con la imagen que en occidente tenemos sobre la inclemencia de los extremistas musulmanes). Koenig es incisivo aludiendo al carácter mercenario, interesado y destructivo de la alianza: en el contexto del partido de ping-pong constante en que se debatían ambas religiones, el cristianismo entiende que nunca iba a ganarle la partida a su contrincante porque después de todo, se estaba mirando al espejo. La idea es que ambas religiones, con sus diferencias, tienen sus puntos en común, pero estos, lejos de agradables, revelan ambición, competición y, cuando aparece un tercero, afán de destrucción. "Judeo-cristianidad, nunca había escuchado esa palabra", dice Koenig:  "Fuimos enemigos por siglos hasta que apareció un tercero". Lo interesante es que Koenig también tilda de cobardes a ambas religiones: ambas están "desesperadas por un enemigo pero demasiado asustadas para matar" (han pasado siglos desde que los fariseos y los papas comandaban matanzas de forma directa: hoy eso ya les está vetado), y van a usar el dolor de alguien más para lograr agenciarse un triunfo, y así "derramar la sangre de los mosquitos arrogantes" (es decir, la arrogancia de quienes, como los fundamentalistas musulmanes, son taxativos en creer en la verdad de sus textos y en denostar e incluso perseguir a otros religiosos). En inglés, "mosquitoes" es muy similar a "mosque": es decir, la denominación que reciben los templos de oración de los musulmanes (las mezquitas). Le pregunté en un tweet a Ezra si esta conjetura mía es cierta pero aún no responde. Con todo, lo impactante (y fuerte) es que Ezra parece estar dando el mensaje de que el fin no justifica los medios, y que, sean los mosquitos arrogantes o no, la alianza por conveniencia de los judeo-cristianos, y sus consecuencias nefastas (que se filtran al resurgimiento de la derecha y a la proliferación de la xenofobia en Estados Unidos y en Europa) habla más de ellos mismos que de los islámicos. Picante.

El tema de la religión, como ya dijimos en nuestro[2] análisis sobre el EP anterior, es una constante en las letras de Koenig: judío semi-practicante, celebra los ritos (y lo sube a Instagram) y a la vez ha mencionado la idea de convertirse al cristianismo, pero parece acercarse a la cuestión con curiosidad más que con compromiso, y más como un extranjero que como un insider. Con todo, lo nuclear es que se trata de una persona con formación universitaria en letras y en historia: es decir, se encuentra con la bomba que a cualquier persona ilustrada criada en una religión le explota en la cara al momento de congeniar esa religión con la experiencia cotidiana, con el conocimiento de las atrocidades cometidas por las religiones, con el malestar que produce el sentir la imposición forzada de un conjunto de reglas sobre la propia vida. En pocas palabras, Koenig no está del todo cómodo con su condición, y la música parece una forma de expresar su vivencia personal sobre una cuestión con aristas políticas muy espinosas.

De aquí que Jerusalem, New York, Berlín, sea una canción tan notable, emocionante y a la vez, el cierre perfecto para Father of the Bride. Una balada de piano de menos de 3 minutos, con aportes vocales de Haim, Koenig interpela directamente a Dios, como lo había hecho en Ya-Hey -que ya era una homofonía de Yahvé-. Pero ahora, seis años después, lo hace desde un punto de vista totalmente diferente, más derrotado, nostálgico y desesperado. El narrador afirma haber amado a su interlocutor en el pasado pero duda de si lo hace ahora, porque reconoce que la profecía de este último (factiblemente el retorno a la tierra prometida) se vistió para matar, y trajo sólo desgracia. Y es que Koenig adopta la estrategia anti-pop y para cerrar un album indie/alternativo elige tocar el problema clásico de Medio Oriente: el conflicto Israel-Palestina. "Me has dado el gran sueño", dice Koenig, "pero no lo puedes hacer real". No sólo el retorno a la tierra prometida nunca se ha cumplido, sino que lo único que provocó fue el enfrentamiento político y religioso más extenso y opaco de la historia. Cien años pasaron desde la Declaración Balfour: la declaración donde Gran Bretaña apoyó explícitamente al zionismo y al establecimiento de un 'hogar nacional' para el pueblo judío de Palestina, y el evento político-diplomático considerado la causa inicial de todo el conflicto en el siglo XX. ¿Y que ha sido de este siglo? "Una conversación sin fin desde 1917", pero que ahora tiene la batería sobrecalentada y que está quemando todo alrededor sin poder apagarse o desconectarse, dejando en el camino a "matrimonios jóvenes que se derriten y mueren donde se echan". En la última estrofa Koenig toma posición y, haciéndose eco del castigo biblico estipulado en caso que se rehusara a Jerusalem, acepta perder la lengua y los dientes: según Koenig es un precio aceptable por frenar la búsqueda ciega de la utopía que no para de cobrarse vidas. Y agrega que sea quien gane la batalla, el punto es que no se reanude en los corazones de los hombres "el sentimiento genocida que late en todo corazón". Foucault decía que todos tenemos un poco de fascismo en la cabeza, y acá Koenig parafrasea la idea, metiéndonos a todos en la bolsa: la idea es (y siempre fue) la paz entre los hombres, y no la erradicación sistemática. Es luego de ver con horror estos 100 años de diálogo frustrado, sacrificio y violencia que Koenig bautiza a la canción en el estribillo: imagínense cómo hubiera sido el mundo si Jerusalén (la religión), Nueva York (punto de llegada de la diáspora del nazismo y también símbolo del poder y el dinero) y Berlín (el centro de la cultura y de las luces) hubieran podido dialogar y vincularse, sin destruirse entre sí con guerras materiales e ideológicas.

La canción se apaga progresivamente, el bajo desaparece y la voz femenina se anula: hacia el final de Father of the Bride, Koenig se encuentra solo, cantando: "All I do is lose but baby / All I want's to win / Jerusalem, New York, Berlin". "Ganar" ciudades (conquistarlas, o 'sumarlas') como forma de torcer la suerte que nos toca, la nostalgia por lo que nunca sucedió y podría haber sido, y por último la búsqueda de un interlocutor cuya compañía vuelve tolerable lo intolerable de este tipo de pensamientos, e incluso de esta vida. Estas, después de todo, son tres de las principales ideas que vertebran Father of the Bride: un disco heterogéneo, variado, por momentos poco conexo pero honesto e intenso, con el que podemos bailar, llorar y espiar hacia el interior de la condición humana. No es poco para un viaje que sólo nos demanda 58 minutos y que, si lo hacemos a conciencia, seguro nos deja un poco diferente a cuando lo empezamos.

[1]: Yo.
[2]: Mí.