viernes, 3 de mayo de 2019

Vampire Weekend - Father of the Bride (2019)

Lo prometido es deuda, y a menos de 24 horas del estreno oficial (y a menos de 48 horas que conseguí una versión pirata), A la Izquierda del Dial[1] pone a vuestra disposición una crítica argumentada del cuarto disco de Vampire Weekend, la que dijimos que era la banda más blanca que pisó la tierra.

El disco llega después de 6 años de Modern Vampires of the City. En estos 6 años Rostam, el productor y multiinstrumentalista de la banda, se mandó a mudar; todos los miembros restantes menos Ezra sacaron discos solistas, y este último se concentró en sufrir por sus relaciones amorosas, escribir cuentos cortos con alumnos de la universidad, y mudarse de Nueva York a Los Ángeles. Con más de media década desde su último esfuerzo y con semejantes cambios, era esperable que la banda se aproximara al proceso de composición de una forma distinta que como lo hicieron para sus discos anteriores. Y como vaticinábamos en nuestra reseña del EP que publicaron hace seis semanas y que contaba con 6 de los 18 temas de la versión final del disco, este cambio ya era evidente: el extended play mostraba una producción más ligera y menos 'abarrotada', que sin perder la complejidad, era un alejamiento por parte de Koenig y compañía del estilo intrincado que los caracterizaba hasta el momento. Hipotetizábamos que la banda quizá iba a sacrificar experimentación por un approach más convencional a las composiciones.

Esto se puede observar con toda claridad en el disco completo, que ya está disponible en Spotify y en todas partes. Un doble álbum con 18 canciones pero que dura menos de una hora, Father of the Bride (que toma el título de la película de Steve Martin) nos llega como una colección o collage de ideas con distintos niveles de complejidad: hay en el disco canciones muy cortas con ideas relativamente sencillas (Big Blue, 2021, Hold You Now), canciones cortas muy producidas y rebuscadas (Bambina), canciones largas complejas (Harmony Hall) y canciones largas sencillas (This Life). Se capta la idea: el disco parece realmente un libro de cuentos ligeramente conectados por historias y temáticas comunes.

Esta diversidad sónica, que rompe con la polaridad "canciones cortitas/canciones complejas" que venía manejando la banda, se entronca con otras novedades . En primer lugar, la participación de artistas invitados: el guitarrista Steve Lacy de The Internet, que tiene a cargo la guitarra sabrosa de Sunflower y de Flower Moon, y la cantante Danielle Haim, que aporta acompañamiento en algunas canciones pero que tiene duetos completos con Ezra en tres canciones: Hold You Now, Married in a Gold Rush, y We Belong Together. En segundo lugar, la inclusión sin disimulo de influencias de blues y de country (evidentes en Rich Man y en los duetos), que complementan los siempre presentes guiños a la música africana y a la world music, que hicieron conocida y odiada a la banda ("apropiación cultural", dijeron).



Me sorprendió gratamente que el EP no tuviera los mejores temas del disco (algo que el propio Koenig reconoció que quería evitar, porque caso contrario al escuchar el disco la sensación es de decepción, y tiene razón). En efecto, si bien aquel extended play era representativo del enfoque del disco, no lo era del alcance del mismo: después de una canción acústica sencilla que abre el disco narrando o una ruptura en plena boda o en un último intento por ganarse el amor de un imposible (Hold You Now), Harmony Hall (el single principal del disco) nos bombardea con harmonías acústicas claras y con pianos, y a partir de ahí las siguientes canciones amplían por mucho la paleta: Bambina, una composición que hace bailar hasta a un muerto, es una de las varias canciones del disco que tocan el tema de la religión, y donde Ezra, hablando desde el punto de vista de un cristiano, se despide de su bambina (que puede ser la música, como era en Step, o una persona real, o incluso una facción política) diciendo que su corazón religioso no aguanta la violencia que la rodea. La ironía sobre la naturalización y la invisibilización de la violencia va directo al punto cuando Koenig canta "No signs of injustice / No signs, but the flames that are filling up the room / Fire cannot be trusted". De esta canción corta y festiva pasamos a la ya reseñada This Life, donde el narrador se lamenta de cómo haber esquivado el sufrimiento durante su vida ahora lo deja vulnerable a que su mundo se venga abajo cuando tantas, tantas cosas (el odio, el amor, los sueños, los tambores de guerra) se cobran su relación. De ahí a Big Blue, donde la cuestión ambiental y de cuidado por el planeta entra de lleno y el narrador describe cuán sobrecogido se sintió cuando la conexión con ese planeta lo cobijó estando él hecho poronga. Y de ahí al sexto tema, How Long?, donde las interpretaciones se reducen a dos: o el narrador se plantea cuánto falta para que su país se vaya al fondo del mar después de tanto desastre y competencia y desigualdad, o el narrador se plantea cuánto falta para que su relación se vaya a pique por la insistencia de los mismos hábitos y sandeces ("What's the point of getting clean? / You'll wear the same old dirty jeans / What's the point of being seen? / Those eyes are cruel, those eyes are mean).

Van seis temas, un tercio del disco y ya cambiamos de emociones cinco veces. Y es que uno de los atractivos de Father of the Bride es su intensidad melancólica y a la vez maníaca, intentando buscar sentido en las miserias cotidianas de la vida de un tipo como Koenig, que se toma a sí mismo tan en serio que podría ser el hermano menor de Father John Misty. La ironía, el sarcasmo, y la sobre-descripción de lo mundano aparecen en el álbum no tanto como un reflejo de la fascinación de Koenig por el humor observacional de su ídolo Seinfeld, sino como un recordatorio de que la vida no es tan compleja después de todo, y que un neurótico como él tiene que forzarse a recordar ese detalle una y otra y otra vez. El proceso, y el trayecto mismo, es un subi-baja emocional constante, y esto no cambia en las 12 composiciones restantes.

Al menos la manía de Koenig ahora se nutre de otras fuentes, lo que lo vuelve más humano y cercano: además de tener guiños a canciones de Bob Dylan ('Simple Twist of Fate', por ejemplo) y por momentos una onda muy Nashville Skyline (folk/country sureño tranquilo apacible, del que Dylan hizo cuando luego de romperse la cabeza andando en moto), hay en todo el álbum una atmósfera que sugiere que al haberse mudado a la costa Oeste nuestro judío favorito empezó a comer más Grateful Dead y Jefferson Airplane. Los riffs limpios, floridos, gritan Jerry García, pero se alejan del plagio o de la mera copia: son procesados inclementes por la imaginación rebuscada y a veces torturada de Ezra. Esta influencia del rock psicodélico y de la onda sureña es clara en la trilogía de duetos que estructuran el disco y que narran la crisis y la renovación de una pareja: en Hold You Now, el protagonista en primer plano es una guitarra acústica y un slide que por poco está arrancado de Lay Lady Lay de Bob Dylan. En Married in a Gold Rush, la pareja pondera si no se casaron y avanzaron demasiado rápido (Shared a moment in a café / Shared a kiss in pouring rain / We got married in a gold rush / And the sight of gold will always bring me pain), sobre el trasfondo de un órgano, slides y violines que redefinen el folk de los '70 y lo hacen consumible para jóvenes obsesivos en 2019. Y por último, en la balada We Belong Together, que desde el inicio nos sacude con un riff cromático muy San Francisco, la pareja reflexiona sobre cómo que encajan tan bien como cosas que encajan y no encajan bien (We go together like pots and pans / Surf and sand, bottles and cans We go together like lions and lambs / Oh, we go together / We go together like Keats and Yeats / Bowls and plates, days and dates). La trilogía tiene un final ambiguo: Hallelujah, you're still mine /
All I did was waste your time / If there's not some grand design / How'd this pair of stars align?. ¿Júbilo por la reconciliación, o aceptación apesadumbrada de que el destino ciego nos come a todos por igual? Si bien no es parte de la triología per se, la canción que continúa, Strangers, es más optimista: Koenig (en sus propios zapatos) recuerda cómo veia la vida como un extraño (como un espectador) antes de conocer a su pareja (la actriz Rashida Jones), y luego reconoce que aunque la vida es compleja, pudo dejar atrás su desapego y su carácter de espectador torturado gracias a la compañía de su chica. En una estrofa que recuerda mucho a cómo Father John Misty describe la 'caída a tierra' que produce ver a la cara a un ser amado, Koenig baja la guardia y nos dice "I used to freeze on the dance floor / I watched the icebergs from the shore / But you got the heat on, kettle screaming / Don't need to freeze anymore". Y es que en su preocupación por analizar, descomponer y decodificar la vida, los artistas (como tantos otros) a veces se olvidan de vivir, y necesitan de otras personas para recordar cómo volver a hacerlo.


Lacy, Koenig y un perrito

Con todo, las dos canciones más intensas del disco contienen estas temáticas (el cambio, el amor, la ruptura, la religión) pero son universos en sí mismos. Me refiero a Sympathy y a Jerusalem, New York, Belin. Sympathy, por lejos la canción más cargada y fuerte del album, abre con una declaración irónica: Steve Lacy dice que "suele tomarse a sí mismo demasiado en serio" y que nada lo amerita. Pero un instante después la guitarra acústica, el bajo y la batería abren de forma estruendosa una reflexión muy seria de casi cuatro minutos sobre cómo el cristianismo y el judaísmo, ocupados por siglos en matarse entre sí, hacen causa común para exterminar a un tercero: el Islam (que en ningún momento es mencionado directamente, pero que es fuertemente referenciado). En un ejercicio de composición lírica impactante y que es doblemente polémica por ser Ezra un judío crítico de su propia religión, la canción narra (probablemente desde el punto de vista del cristianismo y a la vez de un cristiano) como la otra religión aparece, la toma de la mano, la saca de donde estaba, y terminando con "siglos de aislamiento", le hace entender que ahí afuera hay un tercer personaje que puede romperle el corazón a ambas y tirar las piezas al río (una imagen que también es consonante con la imagen que en occidente tenemos sobre la inclemencia de los extremistas musulmanes). Koenig es incisivo aludiendo al carácter mercenario, interesado y destructivo de la alianza: en el contexto del partido de ping-pong constante en que se debatían ambas religiones, el cristianismo entiende que nunca iba a ganarle la partida a su contrincante porque después de todo, se estaba mirando al espejo. La idea es que ambas religiones, con sus diferencias, tienen sus puntos en común, pero estos, lejos de agradables, revelan ambición, competición y, cuando aparece un tercero, afán de destrucción. "Judeo-cristianidad, nunca había escuchado esa palabra", dice Koenig:  "Fuimos enemigos por siglos hasta que apareció un tercero". Lo interesante es que Koenig también tilda de cobardes a ambas religiones: ambas están "desesperadas por un enemigo pero demasiado asustadas para matar" (han pasado siglos desde que los fariseos y los papas comandaban matanzas de forma directa: hoy eso ya les está vetado), y van a usar el dolor de alguien más para lograr agenciarse un triunfo, y así "derramar la sangre de los mosquitos arrogantes" (es decir, la arrogancia de quienes, como los fundamentalistas musulmanes, son taxativos en creer en la verdad de sus textos y en denostar e incluso perseguir a otros religiosos). En inglés, "mosquitoes" es muy similar a "mosque": es decir, la denominación que reciben los templos de oración de los musulmanes (las mezquitas). Le pregunté en un tweet a Ezra si esta conjetura mía es cierta pero aún no responde. Con todo, lo impactante (y fuerte) es que Ezra parece estar dando el mensaje de que el fin no justifica los medios, y que, sean los mosquitos arrogantes o no, la alianza por conveniencia de los judeo-cristianos, y sus consecuencias nefastas (que se filtran al resurgimiento de la derecha y a la proliferación de la xenofobia en Estados Unidos y en Europa) habla más de ellos mismos que de los islámicos. Picante.

El tema de la religión, como ya dijimos en nuestro[2] análisis sobre el EP anterior, es una constante en las letras de Koenig: judío semi-practicante, celebra los ritos (y lo sube a Instagram) y a la vez ha mencionado la idea de convertirse al cristianismo, pero parece acercarse a la cuestión con curiosidad más que con compromiso, y más como un extranjero que como un insider. Con todo, lo nuclear es que se trata de una persona con formación universitaria en letras y en historia: es decir, se encuentra con la bomba que a cualquier persona ilustrada criada en una religión le explota en la cara al momento de congeniar esa religión con la experiencia cotidiana, con el conocimiento de las atrocidades cometidas por las religiones, con el malestar que produce el sentir la imposición forzada de un conjunto de reglas sobre la propia vida. En pocas palabras, Koenig no está del todo cómodo con su condición, y la música parece una forma de expresar su vivencia personal sobre una cuestión con aristas políticas muy espinosas.

De aquí que Jerusalem, New York, Berlín, sea una canción tan notable, emocionante y a la vez, el cierre perfecto para Father of the Bride. Una balada de piano de menos de 3 minutos, con aportes vocales de Haim, Koenig interpela directamente a Dios, como lo había hecho en Ya-Hey -que ya era una homofonía de Yahvé-. Pero ahora, seis años después, lo hace desde un punto de vista totalmente diferente, más derrotado, nostálgico y desesperado. El narrador afirma haber amado a su interlocutor en el pasado pero duda de si lo hace ahora, porque reconoce que la profecía de este último (factiblemente el retorno a la tierra prometida) se vistió para matar, y trajo sólo desgracia. Y es que Koenig adopta la estrategia anti-pop y para cerrar un album indie/alternativo elige tocar el problema clásico de Medio Oriente: el conflicto Israel-Palestina. "Me has dado el gran sueño", dice Koenig, "pero no lo puedes hacer real". No sólo el retorno a la tierra prometida nunca se ha cumplido, sino que lo único que provocó fue el enfrentamiento político y religioso más extenso y opaco de la historia. Cien años pasaron desde la Declaración Balfour: la declaración donde Gran Bretaña apoyó explícitamente al zionismo y al establecimiento de un 'hogar nacional' para el pueblo judío de Palestina, y el evento político-diplomático considerado la causa inicial de todo el conflicto en el siglo XX. ¿Y que ha sido de este siglo? "Una conversación sin fin desde 1917", pero que ahora tiene la batería sobrecalentada y que está quemando todo alrededor sin poder apagarse o desconectarse, dejando en el camino a "matrimonios jóvenes que se derriten y mueren donde se echan". En la última estrofa Koenig toma posición y, haciéndose eco del castigo biblico estipulado en caso que se rehusara a Jerusalem, acepta perder la lengua y los dientes: según Koenig es un precio aceptable por frenar la búsqueda ciega de la utopía que no para de cobrarse vidas. Y agrega que sea quien gane la batalla, el punto es que no se reanude en los corazones de los hombres "el sentimiento genocida que late en todo corazón". Foucault decía que todos tenemos un poco de fascismo en la cabeza, y acá Koenig parafrasea la idea, metiéndonos a todos en la bolsa: la idea es (y siempre fue) la paz entre los hombres, y no la erradicación sistemática. Es luego de ver con horror estos 100 años de diálogo frustrado, sacrificio y violencia que Koenig bautiza a la canción en el estribillo: imagínense cómo hubiera sido el mundo si Jerusalén (la religión), Nueva York (punto de llegada de la diáspora del nazismo y también símbolo del poder y el dinero) y Berlín (el centro de la cultura y de las luces) hubieran podido dialogar y vincularse, sin destruirse entre sí con guerras materiales e ideológicas.

La canción se apaga progresivamente, el bajo desaparece y la voz femenina se anula: hacia el final de Father of the Bride, Koenig se encuentra solo, cantando: "All I do is lose but baby / All I want's to win / Jerusalem, New York, Berlin". "Ganar" ciudades (conquistarlas, o 'sumarlas') como forma de torcer la suerte que nos toca, la nostalgia por lo que nunca sucedió y podría haber sido, y por último la búsqueda de un interlocutor cuya compañía vuelve tolerable lo intolerable de este tipo de pensamientos, e incluso de esta vida. Estas, después de todo, son tres de las principales ideas que vertebran Father of the Bride: un disco heterogéneo, variado, por momentos poco conexo pero honesto e intenso, con el que podemos bailar, llorar y espiar hacia el interior de la condición humana. No es poco para un viaje que sólo nos demanda 58 minutos y que, si lo hacemos a conciencia, seguro nos deja un poco diferente a cuando lo empezamos.

[1]: Yo.
[2]: Mí.

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