domingo, 1 de septiembre de 2019

Cuando el ojo y el oído son uno solo: La música en las series

En un intento de recuperar la vieja gloria de este Blog, y de unificar dos de sus grandes pilares (series y música), inauguramos con este post una nueva categoría o columna, "La música en las series" (le metí negrita e itálica y subrayado sólo porque puedo). Como el pésimo y literal título lo indica, es el espacio donde voy a divagar sobre esos momentos únicos en la televisión serializada donde el uso de canciones y composiciones específicas realzan, subrayan y completan la imagen: esas escenas donde hay sincronía perfecta entre el guión, el ojo y el oído, donde la melodía y la letra viene a empujarnos por la empinada colina de las emociones.

En esta entrada presento cuatro casos de ese maridaje beio entre la musique et la cinema, todos los cuales coseché este último par de años. Aviso: hay spoilers pero igual lean la entrada, no se ortiven.

1. ¿Cómo seguir adelante con la pérdida? Una opción es no seguir adelante: "Youth" de Daughter (If You Leave, 2013) en After Life

Uno tiende a olvidarse del hecho indiscutible de que quienes más nos hacen reir suelen ser quienes más fuerte nos pueden hacer llorar. Ricky Gervais es un fenómeno de la comedia: irreverente, políticamente incorrecto y frontal por sobre todas las cosas, hace poco se prendió en Twitter en una discusión sobre si mujeres en centros de belleza debian depilarle las pelotas peludas a mujeres trans, y cada Tweet es una maravilla del stand up virtual. Más allá de lo que uno piense sobre las pelotas peludas de las mujeres trans, Gervais tiene el don de estimular la risa y la carcajada llevándose puesto los criterios estéticos y los temas más sensibles que existen.

La otra cara de la moneda es que Gervais es un tipo muy centrado, profundo y complejo, y tiene un don para narrar dramas. Es así que After Life, la serie que creó, escribió y dirigió, nos muele a palos a lo largo de tan solo ocho capítulos de media hora cada uno. Al cabo de las cuatro horas que dura todo el trámite, estamos queriendo cabecear la bala. Y es que la serie tiene una premisa sencilla y eficaz: Gervais hace de un tipo que perdió recientemente a su mujer enferma de cáncer, y lo único que le impide suicidarse es su perro (en un sentido literal: en uno de los capítulos Gervais está a punto de filetearse los brazos en una bañera cuando su mascota aparece en el baño y lo fuerza a salir). El personaje de Gervais está desganado y deprimido, pero no es la depresión que te deja estaquiado en la cama, sino la que te acompaña todo el día y hace que seas violento, agresivo, descortés y desinteresado con el resto de la creación. Varios capítulos abren con él viendo el video de despedida de su mujer visiblemente enferma, cuya muerte (parafraseando uno de los monólogos de Gervais en uno de los episodios) lo dejó desprovisto de todo interés vital y de posibilidad de conexión. Sin el amor de su vida junto a él, todo se subvierte y Gervais pierde interés en mantener el mínimo contrato social y el mínimo decoro (con sus colegas, amistades e incluso con desconocidos).


Uno de los capítulos de la serie abre con "Youth" de Daughter, esa crónica impresionante sobre el vacío que deja un amor frustrado cuando se va de nuestra vida, y sobre la desconexión y el tedio que se amasan cuando, además de sufrir, se ve con claridad la injusticia que representan las historias de amor perfectas que terminan hechas añicos. El narrador de la canción describe precisamente que quienes quedan "vivos" (o inmersos en el recuerdo) después de las implosiones afectivas tienen que convivir con dolores crónicos ambiguos: esos dolores que le recuerdan a uno que aún está vivo, pero que precisamente no son de las más agradables sensaciones humanas. El mensaje de que "quienes se van desaparecen y quienes se quedan sufren" es especialmente apropiado para el tratamiento que Gervais hace de la naturaleza humana en su serie. Confrontado recurrentemente con un heroinómano a lo largo de la serie, eventualmente el personaje de Gervais accede a darle dinero para que compre la droga que aquel quiere y necesita. Y en una discusión particularmente profunda entre ambos sobre llegar al límite de la vida y rendirse, el adicto reconoce que no tiene nada en su vida y que lo único que evita que se suicide es que no tiene el dinero para comprar la suficiente droga. Gervais le da el dinero, a sabiendas de las consecuencias que tendrá su acción, y el adicto efectivamente decide tener una sobredosis. "Youth", con su ritmo acelerado y sus guitarras etéreas, nos habla de la carga de los vivos y de las decisiones de los muertos mientras Gervais yace como petrificado en su propia casa y el adicto muere en el colchón orinado del garage donde vive. Es una escena terrible, donde incluso el mensaje es polémico y difícil de digerir, pero no hay duda de que dejaría de ser el uppercut al estómago que es si por detrás una voz no nos recordara que no hay distracciones y autodestrucciones suficientes que nos permitan olvidar "los nombres de los amores que se arruinaron".


2. El Señor (Robot) es mi Pastor, nada me ha de faltar: "Guiding Light" de Television (1977) en "eps2.4m4ster-s1ave.aes" de Mr. Robot (2016). SPOILER

Para cuando llegamos al sexto capítulo de la segunda temporada de Mr. Robot, varias cosas ya nos quedaron claras: primero, Elliot está psicológicamente trastornado. Segundo, Mr. Robot es su padre. Tercero, su padre está muerto, y Mr. Robot es una alucinación, producto de la culpa, la nostalgia y el trastorno mental del protagonista. Cuarto, Sam Esmail, el creador, escritor y director de todos los capítulos de la serie es un innovador técnico en todos los frentes, y sea a través de planos con proporciones no convencionales, cámaras desenfocadas o escenas largas sin interrupción, refuerza el argumento y la narrativa de la serie a través de actos y decisiones pictóricamente mágicas.

Por eso no extraña que desde el momento 0 del sexto capítulo de la segunda temporada, la serie adopte no sólo el argumento, sino la resolución (gráfica) y la calidad visual de las comedias familiares que se emitían por la tardenoche en la televisión yanqui de los años '80. No extraña que Elliot esté atrapado en un viaje familiar con su padre demente, su madre agresiva y alcoholica y su hermana borderline. Tampoco extraña que Alf sea parte de la narrativa. Y el truco meta-narrativo tampoco extraña cuando Elliot entiende que todo el "viaje" es una alucinación defensiva armada por su padre/Mr. Robot/él mismo para escapar al hecho de que, en el mundo real, el dueño de una red de venta de armas y de prostitución infantil de la Deep Web lo está golpeando hasta casi matarlo.

Hay mil líneas que estructuran Mr. Robot: los fracasos personales bajo el capitalismo tardío, el aislamiento, la gloria de la infancia pasada, la nostalgia por esos tiempos ya transcurridos, la culpa por no haber apreciado lo que se tuvo en su momento, y los costos que llegamos a pagar voluntariamente para tener cinco minutos más con aquellos que ya no están -no creo que sea arriesgado decir que el argumento anti-capitalista y lo de tirar abajo el sistema económico mundial es una metáfora o un recurso para profundizar aún más en esos dramas humanos: como todo buen drama, Mr. Robot usa lo universal para desglosar lo particular-. Pero creo que detrás de esas mil líneas todo se reduce a -o se ilustra a través de- la relación entre Elliot y su padre: una relación que hasta hoy (pendiente la cuarta y última temporada) nos aparece como ambigua y llena de agujeros, dado que sólo contamos con la perspectiva del 'narrador sospechoso' (el clásico unreliable narrator). Durante gran parte de la primera temporada, Mr. Robot es un megalómano que raya la demencia y manipula a los miembros del grupo de hackers para llevar a cabo su plan maestro. Durante la primera mitad de la segunda temporada, cuando ya sabemos que no existe y que es una personificación patológica de su padre, Mr. Robot es el enemigo personal de Elliot, dado que este ha decidido encerrarse (literal y figuradamente) y bajarse de la revolución que él mismo comenzó. Es una relación amarga, agria, violenta, y se alimenta de los recuerdos y las distorsiones que Elliot vuelca a su pasado personal.

Es por eso que el gesto de Mr. Robot de armar una alucinación para proteger a su hijo representa un primer cambio en el guión clásico que ha seguido hasta el momento. Todo apunta a que el padre está haciendole más llevadero a su hijo el hecho de que está impotente recibiendo una golpiza brutal. Luego de la cagada a palos Elliot despierta en el hospital y acto seguido es tirado por sus asaltantes en un subsuelo. Cuando Elliot entiende lo que pasó, con los ojos llenos de derrames y algunos huesos fisurados, logra pararse y abraza a la alucinación de su padre. Nos sorprende tanto como a Mr. Robot mismo, que primero piensa que su hijo va a golpearlo, antes de entender que lo está abrazando mientras llora y le agradece.


Si no estamos llorisqueando en este punto del capítulo, la última escena, que muestra un recuerdo de Elliot de unos 5 minutos de duración, termina de empujarnos por la colina de las emociones. En ella, un Elliot niño viaja en auto con su padre. Elliot estuvo involucrado en una pelea en el colegio y tiene un golpe visible en la mejilla. Después de hablar brevemente sobre la pelea con su hijo, Edward Alderson (ya no Mr. Robot) le cuenta que está enfermo, que ha sido echado de su trabajo (la megacorporación y antagonista de la serie, E-Corp, donde contrajo su enfermedad), y que ha decidido poner un negocio de venta y reparación de computadoras. Elliot se preocupa, y teme por su padre. Para este momento, "Guiding Light" del debut homónimo de Television, en segundo plano y por detrás del diálogo ya va por su segundo minuto. Mientras la canción narra escenas de soledad trágica -prostitución, noche, frío y muerte-, Edward, quien presiente su muerte y ve el miedo en su hijo, le dice a Elliot que no se preocupe, que el mundo no se va a librar de él tan facil y que "nunca lo va a abandonar". Acto seguido, la canción de fondo habla vagamente de una 'luz que guía' al narrador a través de las peores adversidades. Llegados a este punto, Edward reconoce el tono lúgubre del mensaje que le está tratando de comunicar a su hjio, y cambiando de tema, anima a su hijo a bautizar el negocio de venta de computadoras que acaba de comprar, y al que ambos acaban de llegar. El auto se estaciona, Elliot cierra los ojos: al abrirlos, el capítulo termina repentinamente, y nosotros entendemos que ha sido Elliot a quien originalmente se le ocurrió el nombre del negocio de computadoras de su padre ("Mr. Robot"). Elliot ha creado a Mr. Robot en varios sentidos, como una forma de orientarse y soportar los peores desafíos vitales, y al menos parte de esa figura/alucinación ha surgido en su infancia, como respuesta a que su padre le dice de forma indirecta que va a morir pero que nunca lo va a abandonar.

La serie ilustra a través de la canción de Television que Mr. Robot es la 'luz que guía' a su hijo, por si a esta altura no nos quedó claro, primero durante su infancia, y luego durante su adultez, en la forma de un mosaico de recuerdos, alucinaciones y delirios que sin embargo le evita sentir el dolor de una golpiza salvaje. Es una tragedia clásica, pero con personajes particulares, y en total sintonía con la canción de la banda neoyorkina; y es la completa coherencia entre los diálogos, las actuaciones y el tono general de la escena lo que hace que imagen y música sean acá dos caras de la misma moneda.

3. Parafilias, muñecas inflables y la falsa apacibilidad de la casa suburbana: "In Every Dream Home a Heartache" de Roxy Music (For Your Pleasure, 1973) en Mindhunter (2019)

Una de las magias de David Fincher es que cuando agarra la dirección por las astas, conduce sus series, capítulos o películas en una dirección clara, con una presión asfixiante que siempre va en crescendo. El cierre de Seven (traducida como "Pecados Capitales") y la entrevista a uno de los principales sospechosos en Zodiac son sólo dos ejemplos de cómo Fincher, uno de los directores vivos más finos y logrados, sabe manejar a la perfección la desesperación de las escenas opresivas y ansiógenas. Fincher es de los que entienden que, más que afectarnos con lo inesperado o súbito, nos ponemos más inestables y encendidos cuando sabemos a dónde nos dirigimos, y cuando nos movemos lentamente hacia lo inevitable.

Es por esto que la premiere de la segunda temporada de Mindhunter es un golazo al ángulo. La serie sobre la división de ciencias del comportamiento del FBI y sus entrevistas e investigaciones sobre perfiles y patrones de asesinos seriales venía cocinándose a fuego lento durante la primera temporada: violaciones, sadismo, ataques de pánico, hijos con autismo, lesbianismo, y los límites lábiles entre la cordura y la locura. Uno de los principales ingredientes del estofado: la manifiesta y progresiva gesta de BTK (Bind, Torture and Kill), uno de los asesinos norteamericanos más célebres, quien al comienzo de cada capítulo de la serie va avanzando unos centímetros por el camino de convertirse en el monstruo que, indudablemente, será eventualmente cazado por nuestro equipo del FBI.

Si algo ha popularizado el policial negro de los últimos diez años (y en esto Mindhunter y True Detective van a la cabeza) es el fenómeno de la raíz mundana de las peores atrocidades que terminan cometiendo los seres humanos. En otras palabras, los asesinos no se ajustan al patrón clásico: no son deformes jadeantes o babeantes, retrasados o completamente disfuncionales. Por el contrario, pasan desapercibidos en sus barrios y entre sus vecinos; en ocasiones se presentan de forma cordial y amena; son carismáticos y manipuladores. Más aún, la fachada de la vida apacible, normal y corriente de las familias tipo de clase media en Estados Unidos (sea en Arkansas, en Texas o en Nueva Orleans) subraya el hecho de que las personalidades más patológicas y sádicas se van cocinando a fuego lento en los suburbios impersonales y aparentemente más apacibles.


Por eso Fincher dió en el clavo al usar una épica oscura y ambigua como "In Every Dream Home a Heartache" de Roxy Music para metaforizar el viaje de BTK, y su evolución de tímido fantaseador a homicida y parafílico desenfadado. Una de las composiciones más teatrales, pomposas e intensas de la banda, de la época en que aún contaban con Brian Eno para hacer magia con sus teclados y sintetizadores, la canción es un monólogo que desde su título refiere a la ilusión proyectada desde la fachada de los hogares pacíficos. En cada casa de ensueño hay un desengaño, una congoja, canta Bryan Ferry: en el caso del narrador, la congoja es causada por su relación fascinada y enfermiza con una muñeca inflable. Y lo que sintetizado de esa forma puede sonar cómico es en realidad una descripción brillante de la obsesión humana y de cómo esa obsesión es alimentada por los lujos materiales, o incluso por la estabilidad de la vida hogareña. El narrador, como BTK, reconoce que se aleja del paraíso con cada paso que da (con cada acto moralmente cuestionable e incluso atroz), y que "hogar dulce hogar" es sólo un dicho, porque dentro del bungalow o del penthouse o de la mansión hay sólo locura y ficción. Lo que hace que el uso de la composición sea tan efectivo es el hecho de que la escena que acompaña la canción no muestra a BTK cometiendo un asesinato (eso sería predecible e incluso anticlimático), sino que sigue en cámara lenta el recorrido que hace la esposa del asesino desde que entra tranquila a su casa, hasta que avanza con sospecha hacia el baño y horrorizada encuentra  a su marido con una máscara puesta y asfixiandose a sí mismo en una práctica autoerótica. Es mucho para digerir, y mientras la mujer corre y se aleja asqueada, Bryan Ferry canta que la mejor compañía tiene piel de vinilo, llegó en una caja dejada por el correo, y es descartable: una perspectiva con la que BTK seguro coincidiría.

4. Todo es un bucle, no hay escapatoria y tampoco podemos parar: "Gotta Get Up" de Harry Nilsson (Nilsson Schmilsson, 1971) en Russian Doll (2019)

Para el final del piloto de Russian Doll, ya entendimos la premisa: Nadia, una ingeniera de software fría, egoísta, sarcástica y narcicista está atrapada en un loop (un bucle) temporal. No para de morir y 'reiniciar' en el baño de su departamento, donde (para su desgracia) están festejando su cumpleaños.

A lo largo de los capítulos vamos entendiendo un poco más la metafísica de la serie que usa la imagen de las Mamushkas para simbolizar el infierno personal de la protagonista, repitiendo una y otra vez su narrativa, consciente de que está enjaulada pero sin poder escapar. También vamos detestando un poco más a Nadia, quien con su nihilismo y parece haber colaborado con la creación de ese purgatorio. La entendemos, la detestamos y la queremos: Nadia es la persona que muchos querrían ser porque no saben realmente lo que se siente ser así.

La forma que tiene la serie de indicarnos que Nadia efectivamente está reviviendo una y otra vez la misma noche es que, al 'regresar' al inicio de la narativa -el baño-, en la fiesta está sonando el piano repetitivo e invasivo de Gotta Get Up, la canción compuesta por ese genio rubio e infravalorado que fue Harry Nilsson. La canción está lejos de describir una epopeya circular y enloquecedora como la que retrata la serie: es más bien la queja de un trabajador que, lejos de cuestionarse por qué se levanta, simplemente tiene que hacerlo, va a trabajar apurado, vuelve apurado, incluso disfruta apurado, empujado por la presión cotidiana y la idea de que, simplemente, tiene que hacerlo so pena de seguir perdiendo el tiempo y que lo engulla el paso inclemente de las edades. Es más bien la idea de empuje inevitable lo que engancha a Nillson con Nadia: como el narrador de la canción, nuestra desagradable ingeniera no tiene opción más que seguir adelante (salir del baño, intentar no morir mientras avanza en la narrativa, morir, reiniciar). Y a medida que transcurre la historia y entendemos la raíz tanto de la 'anomalía' espaciotemporal como de la personalidad de Nadia, vemos que la nostalgia de la canción de Nilsson es el marco general del dilema de la protagonista: "cuando eramos jóvenes pensábamos que no ibamos a envejecer", o "cuando teníamos relaciones sin mucho cuidado estábamos en nuestros mejores días" bien podrían ser dos de los principios que han regido la descontrolada vida que Nadia ha tendido a dar por sentada y a naturalizar: esa misma vida que ahora se ve forzada a revisar. Cada vez que Nilsson canta, sabemos que Nadia ha muerto y vuelto al inicio; y lo que empieza siendo cómico se vuelve agobiante a medida que Nadia empieza a derretirse bajo la presión de la situación y Nilsson no para de recordarnos que hay que levantarse y seguir adelante.


Como nota al margen, entendí lo bien usada que estaba esta canción, y entendí incluso los efectos de la música en las series más allá del limite estricto de la pantalla, cuando la agregué a mi lista de Spotify de canciones de películas y series y tuve una situación graciosa y rara. Estaba caminando por la calle y en un momento la lista aleatoria sencillamente tiró la canción. Tuve el deja vu más extraño de mi vida: por condicionamiento clásico, había asociado la canción con el bucle temporal, y al escucharla caminando por la calle más que recordar la serie tuve una leve sensación de desesperación, como si yo estuviera reiniciando una narrativa propia. Repetí la canción dos o tres veces y entendí que, al menos en mi cerebro, Russian Doll había logrado asociar la canción no tanto con Nadia o con el baño sino con la propia idea de repetición, y con la sensación de reconocerse atrapado en esa extraña e imposible 'jaula temporal' que la serie usa como mecanismo narrativo. Es el día de hoy que cuando escucho Gotta Get Up recuerdo que hay infiernos personales, sólo que el de Nadia es uno metafísico e imposible.

domingo, 11 de agosto de 2019

Cómo dejé de preocuparme y aprendí a amar a The National (2001-2019)

Hace un tiempo experimenté dos de mis más grandes y auténticas sorpresas en Internet.

Un poco de contexto: hace casi exactamente un año empecé a escuchar The National, esa banda de amorosos y melancólicos ancianos yanquis. Pero sólo recién hace unos meses empecé a meterme a grupos de Facebook sobre memes y análisis de canciones de la banda (sucede que eso, en mi cabeza, es como pasar del noviazgo a la convivencia: no sólo me gusta tu música, sino que ahora también quiero compartir risas y reflexiones con otros obsesivos, e inundar mi inicio de cosas que pueden arrancarme alguna sonrisa). Hasta el momento había sido parte de grupos de Facebook sobre Radiohead. Y del contraste entre ambos grupos surgió mi primera sorpresa: la gente que es "fanática" (o entusiasta) de The National está compuesta en primer lugar por un 50% de mujeres blancas extrañamente sensibles a los mensajes de la banda. 'Extrañamente' digo, porque el otro 50% son varones adultos, algunos de los cuales ya es evidente que están entrando en la tercera edad. Además de este dato demográfico, los fanáticos de The National son a) extremadamente amables, b) cálidos y cordiales, c) fanáticos comprometidos emocionalmente con la banda que sin embargo logran evitar caer en el lugar snob y horripilante en que caen (¿caemos?) muchas otras personas. Los posteos de los grupos de The National son honestos, directos, a veces emocionantes. Los de Radiohead, por otro lado, son lo contrario: a) suelen ser agresivos o despectivos o desagradables, b) el 90% de lo que se postea es crap (mensajes irónicos o sarcásticos), c) se desalienta la reflexión seria o la comunidad sana en torno a la banda. Mi primera sorpresa en Internet este último tiempo fue corroborar, felizmente, lo linda que es la gente que gusta de The National, y lo verdadera que es esa sentencia que dice que los fanáticos de Radiohead son una manga de desagradables pretenciosos y pelotudos.

Mi segunda sorpresa -que más bien fue una caricia al alma- fue encontrar lo que creo es la descripción más ajustada y verdadera sobre una banda que leí en mi vida. Hace unas semanas, en un grupo de Facebook, leí algo así -parafraseado es más cómico, pero el espíritu está intacto- como que The National era música para padres casados que están llorando angustiados en el baño del bar donde están compartiendo una fiesta con compañeros del trabajo porque medio borrachos chaparon con una colega y ahora lo único que quieren es estar abrazados a sus esposas en su cama. Dos cosas: primero, la gente que comentaba y reaccionaba a la publicación se reía, coincidía y nadie atacaba a nadie (tan sólo una fantasía que eso suceda en un grupo de Radiohead). Segundo, realmente nunca leí que tres lineas captaran de forma tan dramática, directa y justa el quid, el 'asunto', el 'de qué se trata' una banda -en este caso, The National-.

¿Banda de papás, o banda de papurris?

No es que The National sea música de cornudos, depresivos o algo por el estilo. Pero algo de esa frase da justo en el clavo. Parte lo explica el hecho de que la banda es un poco atípica: los integrantes promedian los 50 años de edad, no se ajustan al estereotipo de 'rockeros', hacen una música intensa pero tranquila, que no tiende a 'salirse de los bordes'... e incluso, Matt Berninger se ajusta a la descripción que parafraseé: el cantante y líder artístico de la banda ha dicho en muchas entrevistas que siente culpa por hacer tours y no tener contacto con su mujer y sus hijas en períodos prolongados de tiempo. Al tipo le pesa la distancia, la culpa de ser un padre ausente, y la culpa de las consecuencias que eso puede acarrear.

A pesar de eso, la cuestión 'biográfica' no agota todo el hecho de que aquella frase dé en el clavo. Es la música, y las letras, y el mensaje de la banda, lo que hace que ese mensaje (que mezcla arrepentimiento, idiotez, y una humanidad muy básica y cruda) sea tan cierto.

The National empezó como una banda sencilla y crota. Su disco debut y homónimo, del año 2001, es un tipo de rock alternativo acústico y tranquilo del que no se destacan muchas canciones (una canción interesante lleva el nombre de Anna Freud y alude a la vida de la célebre hija del padre del psicoanálisis). Un replanteamiento interno hizo que la banda se la jugara más y en 2003 publicaran "Sad Songs for Dirty Lovers", un disco que representa una evolución enorme para un plazo relativamente minúsculo de dos años. En el disco se destaca una canción que, nunca intentó ocultarlo, es Matt Berninger describiendo precisamente sus miedos sobre las consecuencias de abandonar y dejar insatisfecha a la persona que uno ama (en su caso, su esposa). Slipping Husband (que se traduce como 'marido que se resbala', o más bien que cae) narra la encrucijada de un marido que se dice a sí mismo que tiene que cambiar la táctica porque a fuerza de estar sola, su mujer está cada vez más alejada y poco contenida. El subtexto es sexual, pero el problema es más profundo: ser padre y ser estrella de rock son estilos que no se llevan bien, y unos besos en la frente de sus hijos no van a llenar el vacío que el narrador está dejando en sus vidas. "You'll end up talking to the ghost / Of your wife as if you knew her / Your eyes will put her everywhere", canta Berninger, tironeado entre su vocación y las formas que encuentra para hacer frente a un desafío tan grande -principalmente, el alcohol-. Lo mismo se ve en Afraid of Everyone, donde Matt dice que con su hijo en hombros trata de no herir a nadie -de no decir demasiado en sus letras, de no comerse el cuento de la fama, de no alienarse de sus seres queridos-, pero que a veces no tiene a mano las drogas (como el alcohol) que le dan precisamente ese superpoder.

Esposas, compromisos, intoxicaciones, y lejanías que son más potenciales que reales: Matt casi constantemente canta sobre los tumultos del amor y de las relaciones. Pero -y esto es lo original de The National-, son relaciones 'maduras', evolucionadas, donde los tumultos son los clásicos problemas que surgen después de años y años de conocer a la otra media naranja. En Cherry Tree, alguna de las dos partes (probablemente la interlocutora) está a punto de hacerle al narrador una confesión en el contexto de una discusión de pareja, y la presión y la ansiedad empiezan a aplastar a ambos. El narrador pide que dejen el tema, que no quiere saber: metafóricamente se siente como un cerezo, que por sí sólo es un árbol bastante macizo; pero su pareja, con la que está discutiendo en público y que está por confesar un crimen, está afilada como un hacha y viene bajando con toda la fuerza. El desastre inminente se acompaña por las guitarras arpegiadas, el bajo repetitivo y un crescendo de violines que nos hace experimentar la asfixia progresiva de la pelea. La imagen del narrador pidiendo piedad y consultar las cosas con la almohada se repite en varias canciones, en particular en Fake Empire, la increiblemente hermosa canción que abre 'The Boxer', el quinto disco de la banda: "Let's not try to figure out everything at once / It's hard to keep track of you falling through the sky".

Es cómico (y es triste) que muchas de las consecuencias desastrosas que encuentran los narradores de las canciones de The National sean rumiaciones, potenciales desenlaces de cosas que aún no sucedieron y probablemente nunca sucedan porque los tipos están muy enamorados. Advertencia: las canciones no son lamentos de infieles ni preocupaciones estúpidas. Suenan como expresiones auténticas de personas torturadas que ven todo lo que tienen y lo que han conseguido y que se retuercen ante la posibilidad de perderlo todo. Por momentos, The National es la banda sonora para mirar hacia el lado y ver que el otro sigue ahí y que todo está bien; es el trasfondo de hacer eso y sentir seguridad y afecto acompañados de un frío en la nuca dado que asusta lo importante que llegó a ser la presencia de esa persona en nuestra vida. The National también es la banda sonora del sentirse impactado e incendiado por ver a esa persona que nos vuela la cabeza repetidamente y a pesar que (o quizá porque) ya la conocemos desde todos los ángulos y perspectivas. En Oblivions, de su último album 'I Am Easy to Find', el narrador se siente aterrado por cómo ama a su pareja y por la forma en que es cautivado por ella, y le pregunta (no con incredulidad, sino de forma honesta y vulnerable) si ella va a cargarlo, acompañarlo, hablarle y necesitarlo hasta que ya no exista más nada. En Wasp Nest (del increible EP 'Cherry Tree' del año 2004), el narrador describe cómo se acerca voluntariamente a una mujer que, él sabe, es un nido de avispas debajo de la ropa. La mujer es una tormenta (incluso en un mal sentido: es problemática), y él no puede evitar acercarse. Pero esa mujer, lejos de ser una desconocida en un bar como nos dicta la clásica fantasía centenaria, factiblemente sea su esposa, porque él sabe que ella lleva el vestido que de jóven usaba su propia madre. El amor y la fogosidad en una pareja de casados. Eso es The National.

Extrañamente para un hombre felizmente casado y nunca infelizmente divorciado, no todas las letras de Berninger son así como dije recién, y en muchas, cuando mira al lado solo encuentra soledad y silencio. Por alguna razón, esas me parecen las mejores canciones, las canciones más complejas, más precisas. Aquellas donde el narrador soliloquea y le dice a una versión imaginaria de su ex pareja que vió a su madre en una plaza, para después decir que en realidad no llegó a ver bien y que podría haber sido cualquier persona. O las canciones sobre lo necesario y doloroso que es seguir adelante después de una ruptura. En All Dolled-Up in Straps, el narrador ve a su ex pareja producida y arreglada junto a otra persona mientras se dirigen a algún lugar. "Now, love, where have you been? / Where have you been?", se pregunta en su cabeza Matt, intentando llenar el vacío del tiempo perdido.

Anyone's Ghost, una de las composiciones mas bellas de la banda, y punto álgido del sexto disco de la banda 'High Violet', tiene todos estos elementos: un hombre enamorado e involucrado, y una mujer que se distancia de él sin confrontación y de forma indirecta -a través de mentiras pequeñas-. Según el narrador, la mujer le espeta de forma irónica que él es, y ha sido, demasiado depresivo: "You said it was night inside my heart, it was / You said it should tear a kid apart, it does". La ruptura y la avalancha causan una debacle, pero el narrador le miente a sus amigos para calmarlos, restandole importancia a lo que siente: "I had a hole in the middle where the lightning went through / I told my friends not to worry". A pesar de que el narrador no quiere ser la sombra o el fantasma de nadie, y a pesar de la ruptura, el tipo no quiere a nadie más que a ella. Todo esto en tan solo 4 acordes y una instrumentación tan sencilla como potente.

Anyone's Ghost en una casa embrujada

Como una buena banda de viejos, The National mejora cuanto más pasan los años. Es por eso que sus últimos tres albumes son uno mejor que el otro. En 'Trouble Will Find Me' del 2013, la banda presenta algunas de las canciones más directas y menos metafóricas que han compuesto. En la canción I Need My Girl, el narrador sencillamente recuerda mejores tiempos con su pareja actual y, desde una fiesta llena de punks y drogadictos, trata de llamarla para escuchar su voz. En Fireproof, el narrador se queja de la frialdad y del engaño de su pareja actual (¿o ex pareja? Con The National a veces no se sabe), y desea retroceder el tiempo para guardarse algunos de todos los secretos que compartió con ella, dado que ella parece guardar muchos para si. Él es sensible y dirigido por emociones; ella es controlada, racional y 'a prueba de balas': una fachada, pero una efectiva, después de todo. Y en Pink Rabbits, cuya belleza es realmente impactante, el narrador se encuentra sorprendido porque su ex vuelve a aparecer en su vida, y quiere darle otra chance a la relación. El narrador está congelado: no puede creer lo que está sucediendo, y después de tanto sufrimiento y superación, está en una posición dilematica. Sufrió como sufren los "personajes de las películas" y como las "chicas blancas en las plazas", fue una caricatura de todas las rupturas que sucedieron alguna vez, y ahora ella aparece corriendo y le ofrece bailar. Toda la canción funciona como una confesión verosímil ante ese escenario inverosímil: "Ya me estaba acostumbrando a vivir sin vos, no sé qué hacer ni cómo tomar esto". Es la esperanza dosificada con realidad y con el peso de la superación y del 'moving on', con el agregado de que el narrador recuerda de forma muy clara cómo la relación fracasó y cuales fueron las ultimas palabras de su pareja: "You said it would be painless / The needle in the dark / You said it would be painless / It wasn't that at all".

Sleep Well Beast, el album del año 2017, amalgama preocupaciones amorosas y los temores típicos de Berninger con algunos subtonos políticos, en el marco de la elección de Trump (Turtleneck). Con un sonido por momentos más intenso y abrasivo que el de los discos anteriores, es igualmente un album dirigido por el piano, las cuerdas y la percusión calma. En la composición que abre el album, Nobody Else Will Be There, Berninger captura esos momentos hermosos y exquisitos del comienzo de cualquier relación: el encontrarse medio a escondidas en una escalera de incendios (donde 'no va a haber nadie más'), el estar en camino y tener que preguntar el número del edificio donde vive la otra persona que se está empezando a conocer, el enfrentar el frío gélido (en este caso el de Nueva York) yendo a visitar a ese otro significativo, y los ocasionales desencuentros y malentendidos que se dan cuando mezclamos a un romántico como Matt con mujeres más frías, centradas y lógicas: "Hey baby, where were you back then? / When I needed your hand / I thought that when I stuck my neck out / I'd get you out of your shell". Sin respiro, pasamos a The Day I Die, donde el narrador, luego de varios vodkas, se pregunta en voz alta (o le espeta a una mujer de la que se está separando o distanciando) dónde estarán ambos el día que él muera. La imagen es fuerte: por un lado él asegura que no la necesita más, que casi ya no se ven y que tiene a muchas pretendientes a sólo un llamado de distancia. Pero por otro, está tan involucrado con ella, y la ubica en un lugar tal, que la involucra en un escenario fatal. ¿Cuánto nos tiene que importar una persona para que fantaseemos dónde estará ella cuando a nosotros se nos acabe la mecha, todo se detenga, placa oscura, telón y empiecen los créditos? Y en el otro destacado del album, The System Only Dreams in Total Darkness, se vuelven a mezclar las discusiones, los secretos y las disputas en una historia que puede describir tanto una lucha política como el incendio de una relación. El narrador no entiende por qué su interlocutora se encierra sobre sí misma y le oculta cosas. La relación parece estar dañada de muerte porque, contrario a lo que habían acordado de no dejar entrar a nadie a su espacio íntimo, ahora se han infiltrado personas en la relación -probablemente porque secretos personales se filtraron al exterior-, y ya no son sólo dos en la pareja.

Hace unos meses, The National nos tiró en la cara su ultimo album, 'I Am Easy to Find', que ya desde su título le lleva la contra a la última canción de 'Trouble Will Find Me'. Si en este album Matt confesaba que era Hard to Find, ahora con su último disco -que es el más largo de la banda hasta la fecha y donde colaboran muchas cantantes invitadas- nos dice desde el momento 0 que no está buscando ocultarse y que es facil de hallar. La expresión se explica en la canción homónima, una de las tantas composiciones hermosas y desgarradoras del disco, donde Berninger canta con la Kate Stables. En esta canción, el mensaje es sorpresivamente sencillo: sea como resultado de una pelea, o como intento de conectar luego de ahogarse en la desesperación y los problemas propios, el narrador evita la clásica de 'jugar a las escondidas' y hacerse el difícil con su pareja (¿o ex pareja?) y le confiesa: "I'm not going anywhere / Who do I think I'm kidding? / I'm still standing in the same place where you left me standing". Después de todos los fracasos y de todas las batallas ganadas y perdidas, él le reconoce que aún espera con papel picado, cintas y demás que ella llegue a casa todas las noches. Que alguien elija quedarse con uno a través (y a pesar) de todo es para Matt un motivo de festejo, algo así como una fiesta sorpresa. No sabemos si ella llega efectivamente a la casa o si él se queda todas las noches a oscuras esperando dar una sorpresa que nunca se materializa.

En el tema que abre el disco, 'You Had Your Soul With You', el cantante habla con arrepentimiento de cómo, durante la última discusión con su pareja -aquella que acabó con todo-, ella 'estaba con todo' y él estaba agotado; ella tenía su alma encima, y él estaba vacío; él aún podía hacer una última cosa para solucionar todo, pero que no pudo verla ni llevarla a cabo. En una expresión que todos los seres humanos alguna vez sentimos al quemar puentes que dejamos atrás, Matt canta al unísono con Gail Dorsey: "I have owed it to my heart, every word I've said / You have no idea how hard I died when you left". Las rupturas no quitan la honestidad de las palabras bellas que se dijeron durante una relación (al revés, refuerzan su transparencia y honestidad), como tampoco quitan que todos muramos cuando el otro finalmente se va. Una idea similar se baja en 'Hairpin Turns', que describe, como el título de la canción lo sugiere, los giros de 180º, la intensidad y el "brutalismo" al que asisten el narrador y su interlocutora en su relación, luego de un cambio de formas que queda sin especificarse. Todas las casas de la cuadra se incendian, incluso la suya; y Matt sugiere que ambos pelean siempre por las mismas cosas como si ella quisiera que él aprendiera algo. A pesar de esto, son ambos -Matt y Gail Dorsey otra vez- quienes cantan al unísono, preguntándose, como sorprendidos y sin tenerlo claro, qué es lo que les está pasando.

Hairpin Turns

Si llegaron a esta altura del análisis, los felicito y como premio, pueden asistir a cómo digo basicamente que Quiet Light es a mi juicio la canción más The National de The National. La segunda canción de su último disco tardó 18 años en parirse, y con razón: es una oda maravillosa a la melancolía, a lo perdido e irrecuperable, al dolor vivo, y sobre todo al gesto humano de aceptar que, a veces, lo único que queda ante tal tragedia es aceptar ese dolor y reconocer que no hay herramienta mágica que lo deshaga. Como cabría esperar, es The National en una cáscara de nuez: primero el contraste entre el presente y el pasado. Matt abre la canción cantando cómo solía dormirse escuchando la voz de su pareja, pero que ahora simplemente no oye nada. Segundo, el tedio tan mundano y real: no es que el narrador tema estar sólo, sino que ahora no sabe qué hacer con su tiempo. Se perdió la cadencia y se diluyeron los tonos que evitaban que las cosas se amalgamaran en una pasta gris y uniforme. Tercero, la confesión con tono amistoso y compinche: Matt reconoce -en el vacío, hablándole a alguien que no está presente- que pensó que las cosas entre ellos iban a durar un poco más. Cuarto, la aceptación: con ese trasfondo, el narrador está aprendiendo a estar (literalmente yacer) bajo la luz silenciosa y quieta, la luz calma, como un insecto o un objeto bajo el foco. El narrador está aprendiendo a ver cómo el cielo cambia, y cómo pasan los días, lo cual es una tarea complicada porque también implica "aprender a no morirme un poco por dentro cada vez que pienso en vos y me pregunto si estarás despierta". Se complica más porque Matt (o el narrador, o todos) se viene/nos venimos abajo cuando se imagina/nos imaginamos o recordamos la voz del otro, lo cual el narrador reconoce que le sucede todo el tiempo y que piensa en ella más que en cualquier otra cosa. Como en Pink Rabbits, "I'm always thinking you're behind me / And I turn around and you're always there". La canción cierra con algunos de los versos más frágiles que el barbudo de anteojos nos dejó al resto de los mortales, sintetizando ese dolor terrible mezclado con resignación y con la añoranza clavada en la carne: "And I'm learning to live without the heartache it gives me / Nothing I wouldn't do for another few minutes / Learning how not to cry / Every time there's another sad unbearable morning / But sometimes there's nothing I can do". El tropo de que nada es demasiado para volver a pasar 5 minutos con la persona amada toma otro sentido, y mata el optimismo idiota que suele acompañarlo, cuando Berninger clausura la canción reconociendo simplemente que a veces no puede más que aceptar, quebrarse y venirse abajo. A veces los bordes que dejó lo que ya no está duelen de forma que no queda más que caer, al menos momentáneamente.


No creo que todos los "fanáticos" de The National (si es que alguien puede llamarse fanático del dolor y la amargura) piensen tanto como yo en sus letras y en sus vueltas: sé que el sobreanálisis es mi especialidad y la de pocas otras personas. Pero sí me es claro que es una banda con la que no es sencillo, ni fácil, ni gratificante, empatizar y conectar. Es una banda de nicho, y el nicho es más emocional que otra cosa. Por eso supongo que, aunque mi nuevo grupo de amigos en Facebook es por necesidad bastante heterogéneo, en algún nivel todos han sido tocados por la humanidad sincera y desnuda de la banda. En las últimas semanas he entendido mejor qué tipo de 'sensibilidades' buscan a Matt en los recitales, se sacan fotos con él, cantan -llorando- las canciones, y encuentran en él alguna clase de santuario. Entiendo también por qué en el grupo de Facebook los fans no se insultan ni se pegan ni se esconden detrás de ironías que dejan de ser 'máscaras' y se terminan volviendo su personalidad real, y al contrario prefieren ser amables y cálidos, casi como miembros de una gran familia. Ahora también entiendo cómo una banda de 'papás arrepentidos por besar a su colega' le llegan a ese 50% de los fanáticos que son chicas jóvenes blancas. Y es que en las últimas dos décadas, donde el rock se polarizó (o no se habla de amor, o se habla de un amor irreal y estúpido), The National entendió, primero, y elaboró después, una visión madura, realista, hermosa y terrible de las expectativas, los desengaños y las experiencias amorosas. En las composiciones de The National -y en especial las que nombré hasta acá- sus miembros capturan, como casi ninguna otra banda que yo conozco, la mezcla de añoranza, melancolía e idealización (un poco voluntaria y un poco involuntaria) que deja a su paso cualquier ruptura o relación significativa quebrada. Mejor dicho -porque el quid no es la ruptura en sí-, los tipos capturan tanto el riesgo (terrible) como las recompensas (hermosas) de cualquier relación, aunque prefieran enfatizar los escenarios donde esas relaciones empiezan a desintegrarse.

Podrán ser 'papás', pero el lenguaje que manejan no podría ser más universal. Al hablar del amor con el filtro de la neurosis de nuestro tiempo, The National integran la fila de artistas que, como Father John Misty, R. E. M. y Sufjan Stevens (por sólo nombrar unos pocos), prefieren evitar las 'salidas fáciles' al tratar estos eternos tópicos; artistas que nos hacen reflexionar y crecer con su eterno soul-searching.



viernes, 3 de mayo de 2019

Vampire Weekend - Father of the Bride (2019)

Lo prometido es deuda, y a menos de 24 horas del estreno oficial (y a menos de 48 horas que conseguí una versión pirata), A la Izquierda del Dial[1] pone a vuestra disposición una crítica argumentada del cuarto disco de Vampire Weekend, la que dijimos que era la banda más blanca que pisó la tierra.

El disco llega después de 6 años de Modern Vampires of the City. En estos 6 años Rostam, el productor y multiinstrumentalista de la banda, se mandó a mudar; todos los miembros restantes menos Ezra sacaron discos solistas, y este último se concentró en sufrir por sus relaciones amorosas, escribir cuentos cortos con alumnos de la universidad, y mudarse de Nueva York a Los Ángeles. Con más de media década desde su último esfuerzo y con semejantes cambios, era esperable que la banda se aproximara al proceso de composición de una forma distinta que como lo hicieron para sus discos anteriores. Y como vaticinábamos en nuestra reseña del EP que publicaron hace seis semanas y que contaba con 6 de los 18 temas de la versión final del disco, este cambio ya era evidente: el extended play mostraba una producción más ligera y menos 'abarrotada', que sin perder la complejidad, era un alejamiento por parte de Koenig y compañía del estilo intrincado que los caracterizaba hasta el momento. Hipotetizábamos que la banda quizá iba a sacrificar experimentación por un approach más convencional a las composiciones.

Esto se puede observar con toda claridad en el disco completo, que ya está disponible en Spotify y en todas partes. Un doble álbum con 18 canciones pero que dura menos de una hora, Father of the Bride (que toma el título de la película de Steve Martin) nos llega como una colección o collage de ideas con distintos niveles de complejidad: hay en el disco canciones muy cortas con ideas relativamente sencillas (Big Blue, 2021, Hold You Now), canciones cortas muy producidas y rebuscadas (Bambina), canciones largas complejas (Harmony Hall) y canciones largas sencillas (This Life). Se capta la idea: el disco parece realmente un libro de cuentos ligeramente conectados por historias y temáticas comunes.

Esta diversidad sónica, que rompe con la polaridad "canciones cortitas/canciones complejas" que venía manejando la banda, se entronca con otras novedades . En primer lugar, la participación de artistas invitados: el guitarrista Steve Lacy de The Internet, que tiene a cargo la guitarra sabrosa de Sunflower y de Flower Moon, y la cantante Danielle Haim, que aporta acompañamiento en algunas canciones pero que tiene duetos completos con Ezra en tres canciones: Hold You Now, Married in a Gold Rush, y We Belong Together. En segundo lugar, la inclusión sin disimulo de influencias de blues y de country (evidentes en Rich Man y en los duetos), que complementan los siempre presentes guiños a la música africana y a la world music, que hicieron conocida y odiada a la banda ("apropiación cultural", dijeron).



Me sorprendió gratamente que el EP no tuviera los mejores temas del disco (algo que el propio Koenig reconoció que quería evitar, porque caso contrario al escuchar el disco la sensación es de decepción, y tiene razón). En efecto, si bien aquel extended play era representativo del enfoque del disco, no lo era del alcance del mismo: después de una canción acústica sencilla que abre el disco narrando o una ruptura en plena boda o en un último intento por ganarse el amor de un imposible (Hold You Now), Harmony Hall (el single principal del disco) nos bombardea con harmonías acústicas claras y con pianos, y a partir de ahí las siguientes canciones amplían por mucho la paleta: Bambina, una composición que hace bailar hasta a un muerto, es una de las varias canciones del disco que tocan el tema de la religión, y donde Ezra, hablando desde el punto de vista de un cristiano, se despide de su bambina (que puede ser la música, como era en Step, o una persona real, o incluso una facción política) diciendo que su corazón religioso no aguanta la violencia que la rodea. La ironía sobre la naturalización y la invisibilización de la violencia va directo al punto cuando Koenig canta "No signs of injustice / No signs, but the flames that are filling up the room / Fire cannot be trusted". De esta canción corta y festiva pasamos a la ya reseñada This Life, donde el narrador se lamenta de cómo haber esquivado el sufrimiento durante su vida ahora lo deja vulnerable a que su mundo se venga abajo cuando tantas, tantas cosas (el odio, el amor, los sueños, los tambores de guerra) se cobran su relación. De ahí a Big Blue, donde la cuestión ambiental y de cuidado por el planeta entra de lleno y el narrador describe cuán sobrecogido se sintió cuando la conexión con ese planeta lo cobijó estando él hecho poronga. Y de ahí al sexto tema, How Long?, donde las interpretaciones se reducen a dos: o el narrador se plantea cuánto falta para que su país se vaya al fondo del mar después de tanto desastre y competencia y desigualdad, o el narrador se plantea cuánto falta para que su relación se vaya a pique por la insistencia de los mismos hábitos y sandeces ("What's the point of getting clean? / You'll wear the same old dirty jeans / What's the point of being seen? / Those eyes are cruel, those eyes are mean).

Van seis temas, un tercio del disco y ya cambiamos de emociones cinco veces. Y es que uno de los atractivos de Father of the Bride es su intensidad melancólica y a la vez maníaca, intentando buscar sentido en las miserias cotidianas de la vida de un tipo como Koenig, que se toma a sí mismo tan en serio que podría ser el hermano menor de Father John Misty. La ironía, el sarcasmo, y la sobre-descripción de lo mundano aparecen en el álbum no tanto como un reflejo de la fascinación de Koenig por el humor observacional de su ídolo Seinfeld, sino como un recordatorio de que la vida no es tan compleja después de todo, y que un neurótico como él tiene que forzarse a recordar ese detalle una y otra y otra vez. El proceso, y el trayecto mismo, es un subi-baja emocional constante, y esto no cambia en las 12 composiciones restantes.

Al menos la manía de Koenig ahora se nutre de otras fuentes, lo que lo vuelve más humano y cercano: además de tener guiños a canciones de Bob Dylan ('Simple Twist of Fate', por ejemplo) y por momentos una onda muy Nashville Skyline (folk/country sureño tranquilo apacible, del que Dylan hizo cuando luego de romperse la cabeza andando en moto), hay en todo el álbum una atmósfera que sugiere que al haberse mudado a la costa Oeste nuestro judío favorito empezó a comer más Grateful Dead y Jefferson Airplane. Los riffs limpios, floridos, gritan Jerry García, pero se alejan del plagio o de la mera copia: son procesados inclementes por la imaginación rebuscada y a veces torturada de Ezra. Esta influencia del rock psicodélico y de la onda sureña es clara en la trilogía de duetos que estructuran el disco y que narran la crisis y la renovación de una pareja: en Hold You Now, el protagonista en primer plano es una guitarra acústica y un slide que por poco está arrancado de Lay Lady Lay de Bob Dylan. En Married in a Gold Rush, la pareja pondera si no se casaron y avanzaron demasiado rápido (Shared a moment in a café / Shared a kiss in pouring rain / We got married in a gold rush / And the sight of gold will always bring me pain), sobre el trasfondo de un órgano, slides y violines que redefinen el folk de los '70 y lo hacen consumible para jóvenes obsesivos en 2019. Y por último, en la balada We Belong Together, que desde el inicio nos sacude con un riff cromático muy San Francisco, la pareja reflexiona sobre cómo que encajan tan bien como cosas que encajan y no encajan bien (We go together like pots and pans / Surf and sand, bottles and cans We go together like lions and lambs / Oh, we go together / We go together like Keats and Yeats / Bowls and plates, days and dates). La trilogía tiene un final ambiguo: Hallelujah, you're still mine /
All I did was waste your time / If there's not some grand design / How'd this pair of stars align?. ¿Júbilo por la reconciliación, o aceptación apesadumbrada de que el destino ciego nos come a todos por igual? Si bien no es parte de la triología per se, la canción que continúa, Strangers, es más optimista: Koenig (en sus propios zapatos) recuerda cómo veia la vida como un extraño (como un espectador) antes de conocer a su pareja (la actriz Rashida Jones), y luego reconoce que aunque la vida es compleja, pudo dejar atrás su desapego y su carácter de espectador torturado gracias a la compañía de su chica. En una estrofa que recuerda mucho a cómo Father John Misty describe la 'caída a tierra' que produce ver a la cara a un ser amado, Koenig baja la guardia y nos dice "I used to freeze on the dance floor / I watched the icebergs from the shore / But you got the heat on, kettle screaming / Don't need to freeze anymore". Y es que en su preocupación por analizar, descomponer y decodificar la vida, los artistas (como tantos otros) a veces se olvidan de vivir, y necesitan de otras personas para recordar cómo volver a hacerlo.


Lacy, Koenig y un perrito

Con todo, las dos canciones más intensas del disco contienen estas temáticas (el cambio, el amor, la ruptura, la religión) pero son universos en sí mismos. Me refiero a Sympathy y a Jerusalem, New York, Belin. Sympathy, por lejos la canción más cargada y fuerte del album, abre con una declaración irónica: Steve Lacy dice que "suele tomarse a sí mismo demasiado en serio" y que nada lo amerita. Pero un instante después la guitarra acústica, el bajo y la batería abren de forma estruendosa una reflexión muy seria de casi cuatro minutos sobre cómo el cristianismo y el judaísmo, ocupados por siglos en matarse entre sí, hacen causa común para exterminar a un tercero: el Islam (que en ningún momento es mencionado directamente, pero que es fuertemente referenciado). En un ejercicio de composición lírica impactante y que es doblemente polémica por ser Ezra un judío crítico de su propia religión, la canción narra (probablemente desde el punto de vista del cristianismo y a la vez de un cristiano) como la otra religión aparece, la toma de la mano, la saca de donde estaba, y terminando con "siglos de aislamiento", le hace entender que ahí afuera hay un tercer personaje que puede romperle el corazón a ambas y tirar las piezas al río (una imagen que también es consonante con la imagen que en occidente tenemos sobre la inclemencia de los extremistas musulmanes). Koenig es incisivo aludiendo al carácter mercenario, interesado y destructivo de la alianza: en el contexto del partido de ping-pong constante en que se debatían ambas religiones, el cristianismo entiende que nunca iba a ganarle la partida a su contrincante porque después de todo, se estaba mirando al espejo. La idea es que ambas religiones, con sus diferencias, tienen sus puntos en común, pero estos, lejos de agradables, revelan ambición, competición y, cuando aparece un tercero, afán de destrucción. "Judeo-cristianidad, nunca había escuchado esa palabra", dice Koenig:  "Fuimos enemigos por siglos hasta que apareció un tercero". Lo interesante es que Koenig también tilda de cobardes a ambas religiones: ambas están "desesperadas por un enemigo pero demasiado asustadas para matar" (han pasado siglos desde que los fariseos y los papas comandaban matanzas de forma directa: hoy eso ya les está vetado), y van a usar el dolor de alguien más para lograr agenciarse un triunfo, y así "derramar la sangre de los mosquitos arrogantes" (es decir, la arrogancia de quienes, como los fundamentalistas musulmanes, son taxativos en creer en la verdad de sus textos y en denostar e incluso perseguir a otros religiosos). En inglés, "mosquitoes" es muy similar a "mosque": es decir, la denominación que reciben los templos de oración de los musulmanes (las mezquitas). Le pregunté en un tweet a Ezra si esta conjetura mía es cierta pero aún no responde. Con todo, lo impactante (y fuerte) es que Ezra parece estar dando el mensaje de que el fin no justifica los medios, y que, sean los mosquitos arrogantes o no, la alianza por conveniencia de los judeo-cristianos, y sus consecuencias nefastas (que se filtran al resurgimiento de la derecha y a la proliferación de la xenofobia en Estados Unidos y en Europa) habla más de ellos mismos que de los islámicos. Picante.

El tema de la religión, como ya dijimos en nuestro[2] análisis sobre el EP anterior, es una constante en las letras de Koenig: judío semi-practicante, celebra los ritos (y lo sube a Instagram) y a la vez ha mencionado la idea de convertirse al cristianismo, pero parece acercarse a la cuestión con curiosidad más que con compromiso, y más como un extranjero que como un insider. Con todo, lo nuclear es que se trata de una persona con formación universitaria en letras y en historia: es decir, se encuentra con la bomba que a cualquier persona ilustrada criada en una religión le explota en la cara al momento de congeniar esa religión con la experiencia cotidiana, con el conocimiento de las atrocidades cometidas por las religiones, con el malestar que produce el sentir la imposición forzada de un conjunto de reglas sobre la propia vida. En pocas palabras, Koenig no está del todo cómodo con su condición, y la música parece una forma de expresar su vivencia personal sobre una cuestión con aristas políticas muy espinosas.

De aquí que Jerusalem, New York, Berlín, sea una canción tan notable, emocionante y a la vez, el cierre perfecto para Father of the Bride. Una balada de piano de menos de 3 minutos, con aportes vocales de Haim, Koenig interpela directamente a Dios, como lo había hecho en Ya-Hey -que ya era una homofonía de Yahvé-. Pero ahora, seis años después, lo hace desde un punto de vista totalmente diferente, más derrotado, nostálgico y desesperado. El narrador afirma haber amado a su interlocutor en el pasado pero duda de si lo hace ahora, porque reconoce que la profecía de este último (factiblemente el retorno a la tierra prometida) se vistió para matar, y trajo sólo desgracia. Y es que Koenig adopta la estrategia anti-pop y para cerrar un album indie/alternativo elige tocar el problema clásico de Medio Oriente: el conflicto Israel-Palestina. "Me has dado el gran sueño", dice Koenig, "pero no lo puedes hacer real". No sólo el retorno a la tierra prometida nunca se ha cumplido, sino que lo único que provocó fue el enfrentamiento político y religioso más extenso y opaco de la historia. Cien años pasaron desde la Declaración Balfour: la declaración donde Gran Bretaña apoyó explícitamente al zionismo y al establecimiento de un 'hogar nacional' para el pueblo judío de Palestina, y el evento político-diplomático considerado la causa inicial de todo el conflicto en el siglo XX. ¿Y que ha sido de este siglo? "Una conversación sin fin desde 1917", pero que ahora tiene la batería sobrecalentada y que está quemando todo alrededor sin poder apagarse o desconectarse, dejando en el camino a "matrimonios jóvenes que se derriten y mueren donde se echan". En la última estrofa Koenig toma posición y, haciéndose eco del castigo biblico estipulado en caso que se rehusara a Jerusalem, acepta perder la lengua y los dientes: según Koenig es un precio aceptable por frenar la búsqueda ciega de la utopía que no para de cobrarse vidas. Y agrega que sea quien gane la batalla, el punto es que no se reanude en los corazones de los hombres "el sentimiento genocida que late en todo corazón". Foucault decía que todos tenemos un poco de fascismo en la cabeza, y acá Koenig parafrasea la idea, metiéndonos a todos en la bolsa: la idea es (y siempre fue) la paz entre los hombres, y no la erradicación sistemática. Es luego de ver con horror estos 100 años de diálogo frustrado, sacrificio y violencia que Koenig bautiza a la canción en el estribillo: imagínense cómo hubiera sido el mundo si Jerusalén (la religión), Nueva York (punto de llegada de la diáspora del nazismo y también símbolo del poder y el dinero) y Berlín (el centro de la cultura y de las luces) hubieran podido dialogar y vincularse, sin destruirse entre sí con guerras materiales e ideológicas.

La canción se apaga progresivamente, el bajo desaparece y la voz femenina se anula: hacia el final de Father of the Bride, Koenig se encuentra solo, cantando: "All I do is lose but baby / All I want's to win / Jerusalem, New York, Berlin". "Ganar" ciudades (conquistarlas, o 'sumarlas') como forma de torcer la suerte que nos toca, la nostalgia por lo que nunca sucedió y podría haber sido, y por último la búsqueda de un interlocutor cuya compañía vuelve tolerable lo intolerable de este tipo de pensamientos, e incluso de esta vida. Estas, después de todo, son tres de las principales ideas que vertebran Father of the Bride: un disco heterogéneo, variado, por momentos poco conexo pero honesto e intenso, con el que podemos bailar, llorar y espiar hacia el interior de la condición humana. No es poco para un viaje que sólo nos demanda 58 minutos y que, si lo hacemos a conciencia, seguro nos deja un poco diferente a cuando lo empezamos.

[1]: Yo.
[2]: Mí.

domingo, 7 de abril de 2019

Vampire Weekend - This Life/Unbearably White (2019)

De pocas bandas puede decirse que tuvieron un impacto tan claro y a la vez tan complejo en el indie anglosajón como lo tuvo Vampire Weekend. Lo primero, porque formaron parte de la movida que, junto con Animal Collective, Arcade Fire y Grizzly Bear entre otras, le dió un impulso de frescura, humor y experimentación a un género que a mediados de los 2000 corría el riesgo de quedarse sin ideas. Lo segundo, porque aunque la etiqueta 'indie' les calza, no termina de definir ni de describir el sonido y la orientación de la banda. De hecho, críticos de la talla de Robert Christgau (el que odiaba Black Sabbath y King Crimson pero amaba Creedence, y al que Sonic Youth quería "matar a pijazos") sostenían hace años algo así como que Vampire Weekend se las ingenió para inventar un nuevo tipo de indie: culto, muy leído, bailable, en los límites de la experimentación 'agradable' al oído, y obsesionado con el paso del tiempo y de la muerte. Un indie académico, universitario, y por eso, bastante autocentrado, incluso denso por momentos.

Tan Bionica

Coincido con Christgau. Vampire Weekend puede ser la 'banda más blanca' de la última década, y quizá pueden haber abusado de las referencias a la literatura y a la vida universitaria, pero si tenemos dos dedos de frente no podemos dejar que eso nos detenga de valorar plenamente su música. De hecho, sería idiota pedirle a una banda de cuatro universitarios que estudian inglés en la Universidad de Columbia que no escriban sobre redacción e idioma (Oxford Comma), sobre las sensibilidades de la vida en la ciudad (White Sky, A-Punk), sobre el repentino paso a la madurez (Is your bed made? Is your sweater on? / Do you want to fuck like you know I do? en Cape Cod Kwassa Kwassa) y sobre la vida en el campus universitario, con profesores que enseñan romances y siestas en el pasto por el cansancio de haber tenido sexo la noche anterior en lugar de haber estudiado (Campus). ¡Y es que el equipo que conformaban el cantante, letrista y guitarrista Ezra Koenig, bachiller en idiomas, y Rostam Batmanglij, multiinstrumentalista, letrista y bachiller en música había nacido de ese mismo contexto! Literatura, fiestas, universidad, familias acomodadas y la posibilidad de ahondar en la sensibilidad estética inaccesible para aquellos que están demasiado ocupados tratando de no morirse de hambre en Nueva York. 

Quizá es mi propia sensibilidad blanquísima, de ser estudiante y profesor universitario a la vez, que me hace valorar que una banda que mezcle los dolores de cabeza de la vida académica y los romances de campus con música tan variada, ligera y a la vez compleja. Pero aún tomando distancia (y niñes, créanme que de la Universidad de Columbia a la Universidad Nacional de Mar del Plata hay distancia), la alegría movediza y popera (pero nunca mainstream) de Vampire Weekend se cuela... aún cuando nos cantan sobre perder los dientes por comer mal por ser guerrillero durante el sandinismo (Holiday), sobre quemarnos en el infierno por no ser creyentes (Unbelievers), o sobre quemar todo y morirnos rápido (Diane Young). No es que la banda reniegue de forma maníaca de las emociones más oscuras: el escenario post-apocalíptico (¿o contemporáneo?) descrito sobre el fondo de la melodía lúgubre en Hudson, la nostalgia de crecer y perder lo más preciado, sea esto la música, la juventud o el amor (Step), y la ruptura por el desengaño y la traición (Hannah Hunt) también atraviesan la música de Koenig y compañía. Pero especialmente en los primeros dos discos (Vampire Weekend, de 2008, y Contra, de 2010), sea en el fondo o en la superficie, hay en la música de la banda una alegría vibrante y una sensibilidad incontrolable, propia de veinteañeros urbanos muy conscientes de la finitud de la vida y muy alertas de la riqueza que tiene la cultura al momento de definir nuestra existencia.

The whittest boys alive

Es por esto que cualquier alma sensible estará esperando con ansias Father of the Bride, el cuarto disco de la banda, que sale en tan sólo unas semanas. Con todo, Father of the Bride llega como una incógnita: es el primer disco de la banda en 6 años (el mayor lapso de tiempo entre sus discos), y el primero luego que Rostam abandonara Vampire Weekend en buenos términos en 2016. A pesar de que Rostam colabora en el disco y grabó algunas partes para el mismo, es inevitable preguntarnos cómo afecta al estilo de Vampire Weekend la salida de quien definía mucha de la versatilidad y la experimentación que caracterizaban al grupo.

Podemos hacernos una idea aproximada de qué esperar si prestamos atención a los tres singles que Vampire Weekend sacó durante el último mes y medio, y que el 4 de Abril se mezclaron en Spotify en una suerte de 'EP' que lleva el título del último single. Empezando por el primero que salió en sentido cronológico, Harmony Hall es un TEMAZO ahre no, bueno, ¡sí!, lo es. Pero, ¿por qué? Porque en términos líricos y musicales captura la esencia de la banda a la vez que muestra cambios que evidencian cierta maduración. En Harmony Hall, una oda que muy probablemente refiere al resurgimiento de grupos extremistas y fascistas en Estados Unidos pero también a la intolerancia en general y secundariamente al amor frustrado, Ezra alude al tribalismo y a la generalización del odio a través de una metáfora que da nombre al tema: la pérdida de la memoria y el olvido de las promesas (¿de los políticos? ¿de los amores?) hace que el odio y el enojo busquen una voz para expresarse. Y dado que las voces sólo quieren cantar (es decir, gritar), lo hacen, y armonizan hasta que no se escucha nada más. Y en esta cámara de eco o de resonancia (en este harmony hall irónico, donde no hay armonía sino gritos), con sus paredes impenetrables y repleto de serpientes, se acumula el odio y el enojo, hasta que eventualmente estalla. El narrador observa todo desde fuera, y se lamenta, usando una frase de Finger Back, una canción del álbum anterior: "I don't wanna live like this, but I don't wanna die". 

Pero todo este drama se da sobre una composición musical que hace de contrapeso: por un lado es la melodía es claramente optimista y upbeat, y a la vez precisamente utiliza un riff armónico en guitarra y piano para estructurar la canción. Las trazas de música africana que caracterizaron a Vampire Weekend, los jangle riffs y la percusión meteórica no son claramente audibles: se han transformado y se han asimilado a una percusión y un tempo más estables. Pero el feeling continúa siendo positivo, disparado en dirección del baile y de la dicha. Algo así comunica el propio video de la canción, totalmente recomendado: 


El lado-B de Harmony Hall, la sencilla 2021, nos destroza, Ezra-style, con la cuestión melancólica, metiéndonos de lleno en el meollo de la cuestión: "2021 / ¿Estarás pensando en mi?" . Como nos pasa siempre con Vampire Weekend, el interlocutor puede ser un amor frustrado, el narrador preguntándole si lo recordará de acá a 3 años, o también puede ser Donald Trump, el narrador preguntándole si en caso de ganar otra presidencia, recordará a (=tendrá piedad con) los ciudadanos. Sea el presidente o tu ex, la cuestión es la misma: nada resiste incólumne el paso del tiempo ("Copper goes green, steel beams go rust"), aunque algunas cosas lo resisten mejor que otras.

El segundo single es más sencillo (cuak) pero quizá igual de fascinante. Sunflower/Big Blue sí representa más claramente una divergencia para la banda en términos de sus albumes anteriores. Sunflower es una canción que apenas supera los dos minutos, cantada desde la perspectiva alternada de una persona y de un girasol, en dos estrofas sencillas: si en la primera es de mañana, el girasol aguarda afuera y ni siquiera la luz puede sacar al narrador de su casa y de su cama, en la segunda ya es de noche, el girasol 'absorbe el espacio' (una metáfora de la fotosíntesis) y en primera persona reconoce que nada, excepto el tiempo, puede devolverle el día. El narrador en su cama, que se pregunta sobre su almohada si el día es tan importante como para merecer una fecha, y el girasol en el exterior que se resigna a aguardar, tienen algo en común: ambos se limitan a soportar el paso del tiempo, porque no pueden acelerarlo ni ralentizarlo, eventualmente reconociendo que sólo les queda aguardar. Musicalmente, Sunflower, que cuenta con la colaboración de Steve Lacy, continúa con la racha upbeat, estructurada sobre un riff rápido y preciso con pocas trazas de bajo y una percusión en primer plano que marca una actitud de prisa, en línea con la temática de la canción. 

¿El videoclip? Dirigido por Jonah Hill y protagonizado por Lacy, Koenig y Jerry Seinfeld, muestra a los tres haciendo compras y merendando en Nueva York. No apto para epilépticos o propénsos al vómito, el video no para de girar en perspectiva y usar aceleraciones y divisiones para modificar el timing de la historia... contrariando lo que en la canción Ezra nos dice que es imposible.


Big Blue, el lado-b, es una canción sencilla con slides acerca del océano o, quizá también, acerca del propio planeta Tierra (ambos pueden considerarse como 'grandes azules'). En una letra también sencilla, Koenig canta sobre cómo encontró calma y protección en los brazos de ese gigante azul cuando lo necesitaba, probablemente recurriendo a la naturaleza cuando el peso de la vida cotidiana y su trajín se volvieron insoportables. Pero, afecto a la ambiguedad y a la neurosis, Koenig termina planteándose un dilema sobre el aprendizaje (y la madurez) y sobre la permanencia y la soledad: "So am I learning my lesson? / Or am I back on my own?"

Por último, This Life tiene 3 días en Spotify y ya casi acumula un millón de reproducciones. Con un riff que en parte toma prestado el de This Charming Man de The Smiths (aunque en un tempo claramente distinto) pero llevándolo a otro nivel de bailemos-con-buzos-estirados-y-mangas-larguísimas-como-Morrisey, Ezra nos empuja otra vez hacia el desamor, y confiesa desde el momento cero que su perspectiva del amor era quizá demasiado idílica: "Baby, I know pain is as natural as the rain / I just thought it didn't rain in California". Con todo, no canta desde el desamor amargo, sino desde una perspectiva algo bukowskiana: si bien idílica y agradable, esa primera idea sobre el amor era una mentira, y ninguna mentira termina dando más rédito que dolor. Así, el desengaño no deja de ser algo positivo: porque da la posibilidad de construir algo real: "Baby, I know love isn't what I thought it was / 'Cause I've never known a love like this before ya". Eso no evita que el desengaño sea doloroso, crudo y terrible: Koenig sigue cantando sobre cómo los sueños se vienen abajo si se extreman a lo negativo o a lo positivo, pero que pensó que el sueño con su pareja iba a durar "a little longer". También, que sabe que el enojo y el odio siempre están "a las puertas", pero que pensó que habían cerrado la puerta al irse a la mañana. 

Al precisar el problema entre ambos, Koenig canta de forma algo ambigua en el estribillo: "You've been cheating on, cheating on me / I've been cheating on, cheating on you". El engaño entre ambos, y que además ya es crónico, puede ser real (cheat en el sentido material y concreto de ser infiel) o puede ser simbólico (mentiras, secretos). Pero volviéndose hacia sí mismo, Koenig reconoce que lo suyo es más grave, y quizá la causa: "You've been cheating on me / But I've been cheating through this life and all its suffering / Oh Christ, am I good for nothing?". En otras palabras, sea que el engaño haya sido real o simbólico, el narrador concede que él viene 'engañando' durante toda su vida, o más precisamente, engañando a su vida. El sentido de esto se precisa cuando Koenig reconoce que sabe que la muerte no ha llegado aún precisamente porque no recordaba vivir la vida (o estar vivo) antes de estar con su pareja, y luego, que la enfermedad que sufren ambos es la misma de los árboles, que "no están conscientes de que han estado viviendo en un bosque". La idea es sencilla: el narrador siente ahora que no ha estado vivo antes porque ha dado por sentado lo que tenía -con la apacible ignorancia de los árboles- y porque no ponderó realmente la posibilidad de la muerte. Ignorar esta posibilidad es su forma de "engañar" a través de la vida, o en el transcurso de la vida: salirse del paso de su propia mortalidad e ignorándola... con consecuencias terribles, dado que un sueño es sólo un sueño, dado que la puerta que contiene al odio tiende a abrirse, y dado que sólo la posibilidad de un final repentino e indeseado hace que realmente valoremos lo que tenemos.

Una idea semejante comunica Unbearably White, el lado-B. A primera vista podría suponerse que el título es una ironía, la banda reconociendo que ellos han sido insoportablemente 'blancos' en sus composiciones. Pero la canción, musicalmente más apaciguada y abierta, retoma el fracaso amoroso. Insoportablemente blanca es la nieve del lugar al que el narrador huye luego de separarse de su pareja y reconocer que el amor no es lo único que se requiere en una relación. E insorportablemente blanca es la hoja del diario que la pareja del narrador escribía en su habitación una tarde ventosa de invierno, mientras él miraba. La nieve y la hoja, cuya blancura es intolerable, son motivs de la frialdad y el vacío, cuando el narrador le dice a su pareja que se aproxima una avalancha pero que no se cubra los ojos (que no desconozca las causas y razones de lo que sigue, probablemente la lucha y la ruptura) porque después de todo eso es lo que ella pensaba que quería. 

El epílogo, de la canción y del EP, son precisos: Koenig canta que hay que "darlo por terminado" o "dejarlo por hoy" (call it a day / call it a night, que en inglés también juega con la idea de la luz y la oscuridad, el inicio y el final), y que sintiéndose calloso y indiferente, después de todo él mismo se siente insoportablemente blanco.

La madurez a través de los golpes, el equilibrio logrado después de mucho esfuerzo, el reemplazo de los extremos por algo más centrado, y el dolor apenas soportable, agridulce y nostálgico que acompaña este tránsito, parecen ser temas transversales a las canciones del EP. Si bien el paso del tiempo parece ser una preocupación constante en Koenig desde que Vampire Weekend existe como tal, en estas canciones ya no encontramos a un joven que teme por amores frustrados y desengaños y que por tanto se refugia en las sensibilidades (mundanas o exquisitas) para huirles. Todo indica que en 2019 y con 34 años, Koenig ya ha atravesado esas frustraciones y desengaños, dejando atrás la jovialidad y el pesimismo poco fundamentado propia de los adolescentes. En su lugar, parece estar intentando buscarles un sentido, e incorporarlos en su propia personalidad. Si hace 11 años Koenig nos cantaba sobre dormir en el campus y no cruzarte en la universidad con la chica con la que tuviste sexo la noche anterior, hoy nos reconoce que viene engañándose a sí mismo y a la vida, ignorando su propia finitud. Si hace 6 años Koenig cantaba en Unbelievers que él la amaba a ella pero que ella amaba el mar, o en Hannah Hunt que sin confianza no había futuro ni respuestas, hoy canta que el amor por sí sólo no es suficiente, que no es un sueño sino una realidad, que dista de ser una receta, que tiene altibajos, que no puede acelerarse ni atrasarse, y que es contaminado si se da por sentado, al igual que sucede con la propia existencia. 

Es interesante porque a nivel musical o estrictamente sónico, el propio EP muestra diferencias claras con las composiciones que hicieron a Vampire Weekend exitoso en un primer lugar, que dan una idea de 'cambio' y 'madurez'. La experimentación radical, los tempos extraños, la producción que era a la vez excesiva pero desnuda no estan muy presentes aquí. Goodbye Rastam. Pero a juicio de este humilde servidor, esto de ninguna manera afecta el tono, el mensaje, y la llegada de lo que estos muchachos nos dicen a través de sus cultas e informadas canciones. Queda pendiente para otra entrada del blog una comparación entre Father of the Bride (o lo que yo creo que puede llegar a ser el disco completo) y Tranquility Base Hotel & Casino de Arctic Monkeys, uno de los albumes recientes que a mi juicio es otro paradigma que ilustra de forma clara y fascinante lo que hace la maduración y el 'cambio de perspectiva' en una banda con una tradición establecida.

Siempre una banda autoconciente e inteligente (en el sentido de sagaz), Vampire Weekend tendió a incluirse de forma indirecta y elegante a sí misma en sus letras, refiriendo sus logros, sus riesgos, su lugar incómodo en la industria. Y Vampire Weekend siempre ha sido, en parte, Ezra Koenig. Quizá por esto, el tránsito personal propio de Koenig en estos años se refleja tan claramente en las letras y en el cambio de la banda, y viceversa, los cambios de Vampire Weekend han redefinido la sensibilidad y los límites de Koenig como artista y como persona. Yo, por lo pronto, espero Father of the Bride con ganas.


martes, 2 de abril de 2019

Billie Eilish - WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO? (2019)

"My Invisalign has... / I have taken out my Invisalign / I have taken out my Invisalignand this is the album / Hahahaha / AAAAAAH".

Chupandose la saliva, anunciando que acaba de sacarse los brackets y que al fin llegó el album completo: asi nos recibe Billie Eilish en "!!!!!!", la canción con que empieza su LP debut, "WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO?"


Portada que parece sacada del meme del hee hee

El disco, una combinación de pop, electrónica y un trap muy peculiar que abusa de bajos y de melodías enfermizamente buenas, llega después de varios singles desperdigados por Spotify desde el año pasado. Por lo que entendemos la felicidad de Billie, una artista que es más joven que Kid A de Radiohead (Eilish tiene 17 años, Kid A 19). Eilish ya había difundido cortes del album: "Bury a Friend" y "Wish you were gay", y había colaborado a inicios de este año con una canción para el album de música inspirada en el film ROMA de Alfonso Cuarón. Pero el disco viene como una trompada de bobo porque, contra los temores fundados de algunos (me incluyo), el nivel del disco en su totalidad supera por mucho aquellos singles, lo que demuestra que Billie se había guardado los platos fuertes para el LP.

El disco está inspirado en las experiencias nocturnas de Eilish: concretamente, temores nocturnos, pesadillas, alucinaciones y algunas manifestaciones del Sindrome de Tourette, que sufre la artista. Esto ya era evidente en uno de los singles del 2018, "Bury a Friend", donde Eilish encarna al monstruo debajo de su cama y canta desde su perspectiva, preguntandole a la artista por qué no le teme, por qué no se aleja de él. En cierto sentido, Eilish (que confesó en una entrevista que se siente "triste como la mierda" como todos los artistas del medio) reconoce que ella es su peor enemigo, y se espeta constantemente qué quiere de ella misma, a la vez que repite que acaba de enterrar a un amigo (una referencia a la muerte de XXXTENTACIÓN) y que quiere acabar con ella misma (probablemente una alusión al suicidio).


La chica/chico malo del momento.


Pero Bury a Friend es el décimo tema del album. Antes de llegar a él atravesamos toda la gama posible de emociones que nos comunica una jóven adulta (¿o adulta adolescente?) en crisis y en jaque por las tensiones y los tironeos de muchas polaridades: ser activa o ser sumisa, ser buena o ser mala, hacerse cargo de sus gustos o proyectarlos al exterior. De hecho, la segunda canción del disco, "Bad Guy", es una oda sexual apenas disimulada donde Billie ironiza sobre el estereotipo de los "chicos malos" que parecen rodearla y reconoce que ella es el chico malo: ella tiene lastimaduras en las rodillas, y ella disfruta cuando el otro no pide por favor ni agradece, pero lo que disfruta es que él asuma que tiene el control cuando en realidad lo tiene ella. Eilish susurra que va a ser el animal de él, pero ¿quién tiene la correa, dado que sin ella la fantasía no puede existir? En el estribillo advierte que es el tipo de chicas que entristece a tu mama, vuelve loca de celos a tu novia y puede llegar a seducir a tu viejo.

Eilish juega constantemente con la inocencia impostada: termina Bad Guy reconociendo que le gusta cuando el chico enloquece, y que no entiende por qué la novia del interlocutor le teme a ella, a Billie, si lo único que pasa es que ella tiene la colonia de él por todas partes. Ahora bien, el precio por disfrutar esos extremos es reconocida por la propia artista, que además evita aplacar su carácter explosivo con drogas (en xanny justamente critica la forma en que los jovenes se aplastan bajo psicotrópicos para no sentir nada, proponiendo en cambio asimilar el dolor como forma de crecimiento y lidiando con él de una forma más personal). 


El video de Bad Guy: un viaje lisérgico y maníaco por la mente de Billie Eilish

Esta contradicción (una chica mala que encarna el rol de "chico malo" y disfruta de maldades pero que pasa de las drogas) es una primera ventana que nos provee el disco hacia el hecho de que estamos lidiando con una artista particularmente sensible, con un sentido muy infantil de la diversión y con una picardía muy acentuada. Si en Bad Guy Eilish nota que su remera blanca ahora está roja porque le sangra la nariz (quizá como resultado de un golpe en un juego de roles), en wish you were gay desea algo bastante infantil e inocente: que el chico que la rechazó y le rompió el corazón fuera gay así puede achacarle el fracaso a su orientación sexual. En you should see me in a crown Eilish fantasea grandilocuente con dominar el mundo y advierte que ella no es el bebé de nadie que crea que es bonita, pero en when the party's over le espeta enojada a su ex que ya se acostumbró a perderlo. En esta canción, Eilish reconoce a su chico que ella no puede hacerle bien y que sean amigos, pero inmediatamente le pide que se quede cerca de ella y que le devuelva las llamadas en un sentido romántico y sexual.

En ​all the good girls go to hell Eilish admira a las personas que se van al infierno (como las chicas buenas, por ejemplo, que en realidad son malas) e invierte los simbolismos cristianos para transmitir la idea de la restricción que impone la religión, pero en my strange addiction usa samples de uno de los mejores capítulos de The Office (que además es una de las mejores comedias de la historia) para describir a su pareja como una droga de la que es adicta. En esta, una de las canciones más intensas del disco que mejora y mejora a medida que avanza por las interrupciones de los samples de The Office brillantemente ubicados, Eilish le pide a su compañero que sea su medicina (dado que en xanny ya nos advirtió que no se automedica) y que opaque su dolor provocandole otro tipo de dolor, esta vez elegido, voluntario y por tanto más placentero. Finalmente, en listen before i go le pide a su compañero que la escuche por una última vez dado que ha tomado la resolución de acabar con su vida, pero no sin antes decirle que él tiene cartas que jugar en el asunto y que puede ayudarla a evitar tal desenlace. Es la depresión causada por un corazón roto cuando Billie canta "Taste me, the salty tears on my cheek / That's what a year-long headache does to you / I'm not okay, I feel so scattered / Don't say I'm all that matters / Leave me, déjà vu". En la sencilla y efectiva ​i love you Eilish describe el laberinto (tortuoso pero placentero y emocionante) de una relación signada por el fracaso y el conflicto, las verdades disfrazadas de chistes y la admisión de que no se elige a quien se ama, y que a veces se ama a quien se querría no amar: "I can’t escape the way I love you /
I don’t want to, but I love you".


The Scarn, el baile del capitulo sampleado de The Office cuya melodia es MUY SIMILAR a la de my strange addiction

ilomilo referencia a un juego de mesa donde los dos jugadores están separados y deben trabajar juntos para sortear obstáculos y reunirse al final. Billie utiliza muy sagazmente el juego como metáfora tanto de la necesidad de recibir ayuda del otro para reencontrar el camino, como del temor de perder a una persona amada para reencontrarla más adelante (uno de los dramas eternos y transversales de la música, la literatura y el cine desde el año 0). En la canción, a Billie le queda sólo una vida (en términos de videojuegos) y pregunta, como desorientada, "Where did you go? / I should know, but it's cold / And I don't wanna be lonely / So show me the way home / I can't lose another life". ¿Ansiedad de separación, alguien?

WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO? es una obra compleja pero a la vez muy sencilla, y por sobre todo, honesta y descarnada. Logra transmitir sentimientos sobre los 'grandes' temas que como humanos nos atraviesan a todos, y lo hace con una autoconciencia irónica que hace más facil asimilar el drama. En el camino aporta canciones para bailar, para llorar, para tener sexo y para mirar el cielo. En este sentido, my strange addiction creo representa a la perfección tanto al mensaje que Eilish quiere transmitir en el disco, como a la "persona" que Billie estampa en el album, y que probablemente tenga mucho que ver con su personalidad real: en la canción demuestra ser una geek (o nerd) fanática de The Office que trata de lidiar con los grandes asuntos (el amor, el desengaño, el sexo, la muerte) con picardía, ingenio y humor. En el proceso, no deja de reconocer que lo que da placer ata, que todas las adicciones tienen un gesto de voluntad y que el empoderamiento (en este caso femenino) no es excluyente con la servidumbre voluntaria, entre muchas otras cosas. Es un disco que refleja la sensibilidad de la época: corazones rotos por doquier, el uso y sobreuso de las personas como tranquilizantes (en el buen y en el mal sentido), pequeñas crisis existenciales campeadas por la muerte, y esos pequeños paréntesis entre drama y drama que nos permiten mirar al cielo y preguntarnos, efectivamente, dónde vamos cuando nos quedamos dormidos.